domingo cristiano >

Los nuestros – Por Carmelo J. Pérez Hernández

¿Quiénes son “los nuestros”, los de la Iglesia, los del Evangelio? ¿Quiénes son esos a los que así tilda hoy la Palabra de Dios? Como ¡afortunadamente! no se expide un carné de creyente, la respuesta a esta pregunta variará mucho dependiendo de quién conteste. Habrá en la comunidad algunos que opinen que sólo cabe contar entre esos “nuestros” a aquellos que cumplen: con sus obligaciones de piedad, con el compromiso cristiano militante, con la profesión de fe… No faltan, empero, quienes consideran que las fronteras de la Iglesia en sentido estricto son unas vallas incapaces de delimitar el perímetro de un campo que en realidad es mucho más extenso, más rico, más complejo. Consideran estos que la asamblea de los seguidores de Jesús la conforman también quienes transitan por ese terreno de nadie, difuso campo de batalla sin nombre en el que desarrollan su vida los que tienen hambre y sed de la justicia, los que buscan con sincero corazón sin haber encontrado, los amantes de la verdad… aunque no compartan o no entiendan del todo nuestras creencias ni se sientan vinculados orgánicamente a la comunidad. Lo cierto es que tanto el Concilio Vaticano II como la tradición de la Iglesia -la de verdad, no la novelada por grupos o intereses particulares- ya reconocen con alegría y con suma esperanza que el grupo de “los nuestros” es en realidad un ingente conglomerado de hombres y mujeres que dan pasos con mayor o menor acierto hacia la revelación plena. Y eso le hace a uno sentirse tranquilo, se le esponja a uno el alma. Y se siente uno feliz de pertenecer a un grupo con tantas riquezas y potencialidades. Aunque también inquieto, sabiendo que estamos bajo la amenaza siempre cierta de caer en la tentación de excluir de los nuestros a quienes no tienen pinta de serlo. Y es que en eso de las pintas hay muchos que aún no han aprendido a mirar más adentro. Triste, pero trágicamente cierto. Y peor aún si son de los que tienen responsabilidades en la organización de la cosa. “El que no está contra nosotros está a favor nuestro”. Y punto. Sin matices en esta afirmación, porque procede de los mismísimos labios de Jesús. Esto es así y, como las lentejas, si no te gustan… pues eso. Así considerada, la Iglesia de Cristo, que no se confunde con la sociedad pero se vertebra en ella y se siente protagonista en la vida de los hombres, la Iglesia, digo, se nutre de la confianza de saber que nuestro Señor ha plantado semillas de la verdad en cada hombre y mujer que pisa esta tierra, con independencia de su credo. Y eso es algo grande, porque nos hace a todos, sin excepción, solidarios en la construcción de un mundo más parecido a lo que Dios tenía pensado. Nuestro lícito deseo, que es también un encargo que no admite renuncias, es que todos pudiéramos recorrer este camino siguiendo las huellas de Cristo, confesando su protagonismo en la historia y en nuestra vida. Pero ese reto se gesta lentamente. Mientras, alimentemos el sueño de Dios: miles de millones de personas estamos llamados a sentirnos más juntos que dispersos, más iguales que distintos. Otro día hablaremos sobre si todos los que dicen estar dentro son en realidad de “los nuestros”.
@karmelojph