Erase una vez la historia de dos puertos. El más occidental hacia tiempo ya que había visto pasar sus días de gloria para convertirse en un fósil portuario y malvivir de una vaciedad llamada cruceros; de las migajas de su vecino; y obligado a ver en una finca de Granadilla la única solución a sus males. Un Monet portuario recuerdo de los días en que los grandes portacontenedores oceánicos llamaban a sus atraques. El reino de Europa seleccionaba por aquel entonces su red de transportes. Y recuerdo de aquella Liga hanseática, exigió los libros de cuentas de ambos puertos para sólo enrolar al más oriental; pues el más occidental, siempre estaba vacío y no tenía sentido su inclusión. No le servía. Los reyezuelos clamaron. La trama de Lo nuestro se movilizó; esa que precisamente tanto mal ha hecho a lo nuestro. La zoología política creo la asamblea La Isla se mueve para defender a la criatura que todos intencionada y premeditadamente durante años habían dejado morir. A la par, confabulaban la creación de otro puerto que no era necesario. Todo un sainete. El gobernador liliputiense consultó a su amo y roznó. Amenazó con que se reabriría El pleito y que a cualquier precio debía de incluirse su embarcadero en la red europea. Mientras tanto, el puerto oriental crecía y enriquecía a su ciudad, que con él se volcaba. Todo un idilio. El puerto occidental se convirtió en el más grande del mundo conocido pues siempre estaba vacío; nunca se “terminaba” de llenar; ¿era tan grande?; tanto como la ineptitud de sus apoderados. En plena cultura del pelotazo urbanístico y la especulación, el reparto de Granadilla se presentó como la oscura solución a la famélica estampa del puerto capitalino. Criatura que aún es recuperable y que nunca ha sido realmente explotada para beneficio de su vecindario. Los medios fueron censurados. Se les prohibió contar como el puerto vecino recibía industria off shore que generaba empleo y riqueza a sus ciudadanos; se ocultó que las dársenas para contenedores del puerto más occidental nunca terminaban de llenarse por lo que no había razón para una nueva criatura; se contaron argucias acerca de la imposibilidad de su ampliación; y es que el cochino que se cocinaba en Granadilla, era demasiado suculento; se veló el porqué los grandes buques emigraron al puerto vecino; se ocultó mucho. Y hasta aquí les voy a leer, pues ahora se recitan disparates y mentiras acerca de lo importante que es para Europa un puerto vacio; invitándoles a que consulten las estadísticas, que gracias a dios son públicas y no las pueden censurar; y sobre todo, a que observen el puerto occidental para que sean dueños de sus propias conclusiones. Los puertos hablan por su tráfico y volumen y no por la recogida de firmas, que en tal caso, debería ser para que algunos se vayan de una vez.
*Doctor en Marina Civil.
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