LA ÚLTIMA (COLUMNA) >

El rey de espadas > Jorge Bethencourt

A veces pienso en lo que debieron sentir aquellos irresponsables que dinamitaron el proyecto de la segunda república española cuando sus disensiones, sus puñaladas, su violencia verbal y su desunión desembocó en un golpe de Estado de los militares y en una Guerra Civil. Andado el tiempo, algunos de ellos reflexionaron en sus memorias sobre la oportunidad perdida. España se transformó en una anomalía autoritaria durante casi medio siglo.

La carta del Rey en la que pide unidad para salir de la crisis y critica los movimientos segregacionistas, ha desatado una oleada de críticas de los nacionalistas. No veo que otro mensaje puede salir del jefe de un Estado que el de defender al Estado en sus actuales términos. Pero es una consecuencia intelectual inevitable de todos los sectarismos el despreciarse mutuamente.

El nacionalismo español y los nacionalismos periféricos están enfrentados de forma irremediable en una cuestión sin resolver desde hace dos siglos. En las discusiones de la Constitución el gran asunto de fondo fue encontrar un marco suficiente para lograr el encaje de bolillos de dar salida a las ambiciones soberanistas, por un lado, y mantener la estructura de un Estado único, por el otro, cosa que se logró en el ambiguo título VIII y su desarrollo posterior a través de diversas leyes complementarias.

Con la paramnesia que siempre ha maldecido la razón española, las nuevas hornadas de políticos han olvidado la génesis de nuestra democracia, hija de la grandeza y la renuncia de personajes de la talla extinta de Carrillo. Sé que jeringa, pero no fue el resultado de una valiente conquista del pueblo y sus intrépidos líderes. Fue un cóctel que se formó a través de un entente entre los hijos de los vencedores y los vencidos en la guerra civil. Fue una democracia pactada con mil sutilezas entre miembros de un antiguo régimen que veían la necesidad de cambiarlo y opositores que asumieron la necesidad de pactar para que el cambio fuera posible.

Algunos creen que España está madura para una transformación más profunda. Para establecer un Estado federal y elevar la soberanía de cada uno de sus pueblos. Gato blanco, gato negro, que más da el color si caza ratones. El problema es que los cambios es mejor hacerlos en situaciones de sosiego que en momentos de crisis. Tensar la cuerda del debate identitario es una apuesta arriesgada cuando el Estado está tan débil. La Monarquía enseña las orejas del lobo y avisa a navegantes que además del rey de copas existe en la baraja un rey de espadas. Dice lo que teme media España.Y es un aviso a políticos de tan poca sutileza que piensan que cuando el barco se está hundiendo es el momento de plantear una nueva travesía.

@JLBethencourt