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Este martes pasado por la noche asistí en Madrid a la presentación del libro de José María Noguerol Ritos de Paso III, que se celebró en la Asociación de Periodistas Europeos. Fue un acto entrañable, y cargado de referencias a Canarias, pero no quería hablarles de eso, sino de algo que vi cuando llegué a la sede de la Asociación, que está en una de las calles que rodean el Congreso de los Diputados. Tuve que bajarme del taxi un poco antes, porque el Congreso está desde hace días rodeado por una impenetrable barricada policial, levantada para evitar que pueda ser tomado por colectivos ciudadanos. Hay una convocatoria de movimientos radicales para asaltar el Congreso el día 25, y la Presidencia de la Cámara teme que esa acción sea adelantada a través de las redes sociales y se congregue por sorpresa una multitud que logre ocupar las instalaciones del Congreso. La imagen del viejo edificio de Las Cortes españolas rodeado de una empalizada metálica, resistiendo al invasor como el pueblito de Asterix, me dejó bastante perplejo. Me hizo recordar la única vez que vi antes el acceso al Congreso igualmente blindado, aquel 23 de febrero, cuando el coronel Tejero secuestró durante unas horas dramáticas la soberanía popular. Entonces la ciudadanía respondió masivamente en defensa de la democracia. Ahora, después de treinta años, todo es distinto. Ahora son los padres de la patria los que se encierran, mientras que los hijos de la nación se movilizan y protestan en las calles de toda España por centenares de miles contra decisiones, medidas y recortes fruto de la crisis, pero también cuestionando la unidad del país, o el propio sistema. El divorcio entre la clase política y los españoles es cada día más creciente, irreversible y preocupante. Vivimos tiempos en los que la desconfianza tradicional de los ciudadanos hacia la política ha dado paso a un rechazo casi total. No se cuestionan las decisiones que se adoptan, se cuestiona a quienes lo hacen, al propio sistema. Es un mal camino, ya recorrido en ocasiones anteriores, en esta y otras latitudes, que conduce a la pérdida de las libertades y en última instancia al fascismo. Pero blindar las instituciones, secuestrar el acceso de la ciudadanía sea el Congreso o la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, no acaba con el verdadero problema, que es la desafección pública. Los chicos apalizados en Las Palmas el miércoles, cuando intentaban entrar en el Paraninfo para protestar por las subidas de las tasas y los recortes en educación, no tienen motivos para confiar en un sistema que les impide incluso el recurso a la protesta, que ha acompañado siempre el inicio de los cursos universitarios. En blindaje del poder es una demostración de su miedo a perder el control. Y no resuelve nada. En realidad, hace todo mucho más difícil.