EL SALTO DEL SALMÓN >

No vale un Perú > Luis Aguilera

La imagen pretendía ser elocuente: de un avión o helicóptero (para el caso lo mismo) descendieron junto a otra mujer, la esposa del presidente Ollanta Humala y la de un ministro, creo que el de Defensa. Cada una de las tres acunaba en sus brazos a un niño en actitud de protección maternal. Por todos los medios el gobierno hizo saber que esos tres chicos acababan de ser liberados porque los tenía secuestrados una célula sobreviviente de la diabólica organización Sendero Luminoso, que, por cierto, lo es.

Algo hacía ruido en el conjunto de la escena. Mirada con más atención, lo que no terminaba de encajar es que los niños ya no eran de brazos. Es decir, que podían caminar por sí mismos y con toda seguridad correr a pie más que sus porteadoras. A simple vista, ninguno era menor de tres años. En teoría, es posible que en una situación límite se justifique alzar a un chaval para resguardarlo o porque no tiene clara conciencia del riesgo. De fondo, un aeropuerto en paz.

La lectura que debían hacer los peruanos tenía varios renglones. En el primero, qué duda cabe, demostrar la maldad del enemigo: secuestro de niños. En el segundo, el triunfo de los buenos: la operación exitosa y valiente de rescatarlos sanos y salvos. Y tercera, para no abundar, el entrañable compromiso del presidente con su pueblo: ¡su propia mujer ocupándose personalmente de las víctimas! Claro. Ella encarna esa institución benéfica llamada Primera Dama de la Nación, desvelado cargo donde los haya a favor de la infancia. La jugada parecía perfecta excepto por un pequeño e insignificante detalle que olvidaron contar: que la única baja de la “exitosa y valiente” operación era una nena de ocho años. Y olvidaron explicar por qué no la rescataron si era la hermana mayor de los tres liberados. Y olvidaron además decir que los infames secuestradores eran sus padres, lo que para otros, no para ellos, es una familia. Por el contrario quisieron mostrar como hazaña en combate lo que realmente hizo el temerario comando del glorioso ejército peruano: derribarles la puerta de la casa, sin encontrar más que a una mujer agazapada en un rincón protegiendo, como la señora Humala, a sus hijos. Y a la otra mujer que estaba con ellos, presentarla como una violenta guerrillera, con antecedentes y en plena actividad senderista.

Debió oponérseles con una súplica porque no tenía armas consigo. Más peligrosa que ella debía ser la pequeña que salió corriendo de miedo y por eso le dispararon uno o varios balazos (qué importa el número). Pero el padre es ahora el culpable. Parece cierto que perteneció a Sendero Luminoso… ¡hace diez años! La idónea y pulcra inteligencia militar tampoco ha dicho por qué un combatiente clandestino puede mostrarse ante los medios para denunciar que le han matado a su hija y no ser detenido.

Ahora queda lo de siempre. Humala ha salido a defender a su ministro y a las Fuerzas Armadas (él es militar), y ha prometido justicia y que los hechos se investigarán hasta las últimas consecuencias. Todos sabemos cuales son las últimas consecuencias: una familia arteramente elegida para crear artificialmente como hecho político una victoria contra el terrorismo, más una imagen vergonzosa y una niñita muerta.