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Amor emplumado> Por Jorge Bethencourt

A mi los canarios me han parecido siempre una cosa así como escuálida. Con ese cogote pelado y esa cara que parece que está preguntando perpetuamente cuándo le pones el alpiste (coño, casi como nosotros). Pero algo debe tener el pájaro que ha gestado una fervorosa devoción a su alrededor.

El presidente Paulino Rivero dijo hace unos días que no hay nadie más sensible, más solidario y que pueda entender los problemas de los demás que aquellas personas que están enamoradas y cuidan de los pajaritos. El hombre se dejó llevar por la emoción y se desparramó. Yo no digo que no haya alguno que alguna vez en algún sitio no se haya enamorado de una pájara. O que no conozca a algún pájaro de cuenta. O, incluso, que no haya padecido de vez en cuando alguna pájara sobre todo cuando aprieta el calor. Pero enamorarse de un bicho amarillo… No sé. Se me pone cuesta arriba.

Debe ser que soy insensible pero a mí los pájaros no me hacen mucha gracia. Tal vez porque descienden de esos saurios que se comían como tapa a nuestros antepasados mamíferos y me debe quedar, por ahí en las cadenas de ADN, una memoria residual de supervivencia.

Hay quien se ha descojonado con el emotivo viaje de Paulino Rivero al terreno de la pasión presidencial por los pajaritos, pero me parece que el presidente ha sacudido las alas de la imaginación en una dirección que no puede ser más acertada. Primero porque los canarios de marras son unos pájaros que aparentan estar desplumados, exactamente igual que sus homónimos de dos patas e hipoteca. Luego porque los susodichos pájaros siempre parecen, por su aspecto, que acaban de salir de una bronca, con varias plumas fuera de sitio y cara de pocos amigos, que es como está hoy el personal en todos lados. Y tercero, porque el bicho vive en una jaula, no hace más que hacer ruido y cagar y solo se calla cuando le llenan una cazuelita con alpiste. No hace falta ni que les diga a quiénes se me parece el animalito.

El canario, a pesar de sus indudables similitudes, no es el símbolo de Canarias. Por ahí se vendía la imagen turística de las islas con una flor picuda oriunda de sudamérica. Y por aquí se vende con dos perros de esos que da miedo con solo mirarlos. Yo propondría revisar la simbología. Y pese a mi aversión por los pájaros, no me parecería mala idea que nos representara un canario. Aunque considerando seriamente el presente y futuro de las islas y sopesando a mis congéneres, recomendaría humildemente, sin salirme de la amorosa pajarera, la mucho más coherente estampa de un tabobo.

@JLBethencourt