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Amparo Cuevas – Por Luis Ortega

La España cañí no da un momento de respiro y, si las últimas esquinas se refirieron al maltratado Suárez, ahora octogenario justamente valorado, al conde cínico y salvador, a los ausentes de nuestra memoria literaria y visual, hoy hablamos de una señora que, en sus ochenta y un años de vida, vio a la Virgen María en nada menos que 376 ocasines. Repasado el santoral y el martirologio, sabremos que Luz Amparo Cuevas Antequera (1931-2012) se encontró con la madre de Dios más veces que ningún otro santo, beato o bienaventurado y, además del cielo, “ganado por su fe y su piedad”, según sus seguidores, batió también el Guinness World Records en esta materia.

Las visiones comenzaron el 14 de junio de 1981 (un día y un mes después, curiosamente, de las de Fátima) y, desde su divulgación contaron con partidarios fanáticos y espectadores escépticos que denunciaron una clara maniobra económica. El primer testigo, clave en la difusión del suceso, encontró a la interlocutora de María, arrodillada, ausente, mientras una columna de humo blanco ascendía a la altura. Esto ocurrió en el huerto familiar y, pronto, se convirtió en un espectáculo habitual con muestras de fe e histeria al que, en una ocasión, acudí. Otra vez, la implacable televisión reveló el burdo montaje y la huida de una mujer con túnica y manto hacia la casa familiar, mientras los iluminados querían linchar a los reporteros. Durante casi tres décadas, la iglesia mantuvo una actitud discreta y no se pronunció en ningún sentido sobre las propiedades curativas del agua de un amplio prado de la Sierra madrileña, de las sanaciones no verificadas por testimonios forenses ni, naturalmente, sobre los mensajes marianos que Amparo, dedicada al servicio doméstico, hasta la primera aparición, trasmitía a sus parroquianos y público en general. Nada nuevo, por cierto; guardaban simetría con los mensajes a los pastorcillos portugueses pero, sinceramente, resultaban menos misteriosos y poéticos.

Mientras bajaba el número de asistentes -sobre todo desde que se le detectó una enfermedad grave- aparecían entre estos religiosas de distintas congregaciones y algún que otro sacerdote. Rouco Varela -con la misma decisión que encargó la decoración de La Almudena a los Kikos- autorizó la construcción de una capilla y reconoció de facto el milagro para algunos y el toco-mocho para otros. A su muerte y polémico descanso, en el templo que construyó con ese fin, Amparo dejó seis fundaciones, más de cien inmuebles, donados por sus adictos, y no menos de trescientos millones de euros.