Cuando un mensaje esperanzador aparece en un escenario tan apocalíptico como el que vivimos últimamente en las Islas genera al menos cierto alivio instantáneo, que mucha falta que hace. Y estamos tan huérfanos de buenas nuevas que ese alivio recorre los vasos comunicantes de la sociedad, encarnados por los medios informativos, para colectivizar un antídoto a la ilusión perdida en pos de una realidad irreverente que a diario nos vapulea con mayor fuerza.
Este preámbulo viene a cuenta de la noticia africana de la semana en el Archipiélago: La Cámara de Comercio de Estados Unidos anima a las empresas norteamericanas a invertir en Canarias. Eso porque se supone que nuestra Comunidad Autónoma va, por fin, a constituirse en un centro logístico de negocios de la iniciativa occidental en esta parte del continente vecino; así, de pronto, mientras, paradójicamente, seguimos en cierta medida navegando de espaldas a las señales más inmediatas de nuestro entorno.
De repente, el espacio atlántico que ocupamos se vuelve africanista por un documento promovido por el Gobierno de Canarias y dos empresas locales para apuntalar precisamente esa alternativa a la economía fundamentada casi exclusivamente en un sector turístico que representa el 27,8% de nuestro PIB.
Cierto que los empresarios de EE.UU. están muy interesados en África y ven con buenos ojos utilizar el confort, las infraestructuras y la seguridad de una región como la nuestra para establecer vínculos con los países cercanos, que poseen importantes recursos naturales, crecen sostenidamente y albergan a cerca de 300 millones de potenciales consumidores.
Sin embargo, asistimos a otras realidades paralelas que apuntan a dificultades objetivas que se interponen a ese “desembarco”, como el informe del Banco Mundial que afirmaba estos días que crear una empresa en nuestro país resulta más complicado que hacerlo en Sudán o Zambia, que nuestros emprendedores deben volar a Barajas para terminar en Malabo o que nuestro galimatías normativo asusta a las naciones más competitivas.
Lo cierto es que no parece que las tengamos todas con nosotros para rentabilizar nuestra posición geográfica, empezando porque nuestros propios ciudadanos, socios inexcusables, desconocen las claves de esta perspectiva histórica. En última instancia, corremos el peligro de repetir el desencanto de aquella película mítica del cine español, Bienvenido Mr. Marshall, en la que los habitantes de un modesto pueblo madrileño ven como pasa de largo la comitiva estadounidense que iba a resolver todos sus problemas, eso sí, vestidos con sus mejores galas.