sobre el volcán > David Sanz

Un budista de paseo en el rastro > David Sanz

El domingo me di cuenta de que he perdido la ilusión por encontrar algo de interés en los rastros. Debe ser consecuencia del paso del tiempo, que va desgajando los deseos como hace el otoño con las hojas de los árboles. Los rastros siguen siendo esa masa informe de restos inclasificables de nuestro modo de vida que se amontonan huérfanos a la espera de quien los recicle. Hay rastros muy variopintos, como el de Madrid, donde siendo un pobre estudiante perdías una mañana entera para comprar una edición barata de los Sonetos de Shakespeare. También podías divertirte viendo al novio de una pija, otro pijo, cargando un gramófono cuesta arriba después de apoquinar las 75.000 pelas que costaba aquel armatroste que ni siquiera servía, “¡joder!”, para escuchar al Real Madrid. A esa altura, el vendedor estaba ya bebiéndose el primer sueldo de becario de este pardillo, que acababa de terminar Derecho y Economía en Icade y empezaba a hacer pinitos en Arthur Andersen, para terminar casándose con esa chica tan vintage. El de Santa Cruz de La Palma es un rastro que, como todo en esta ciudad, tiene su particular tempo: solo abre los primeros domingos de mes. Además de la gran variedad de juguetes made in China, que centellean bajo la luz del sol hasta dejarte ciego, llaman la atención cosas como que los únicos libros que hay están en lengua alemana. ¿Será un plan secreto de Merkel para alfabetizar a los haraganes del sur? También hay plantas, dulces, verduras o salchichas -otra vez Merkel-. Paseas entre los puestos y, más que mirarlos, haces un barrido con el rabillo del ojo. En otro tiempo hubiera rebuscado entre las cajas apiladas algún libro o revista de interés. Pero las apetencias ahora son menos. Quizá no haya sido el paso del tiempo sino la crisis la culpable de este desencanto. Mejor no encontrar lo que buscas para no tener que renunciar a ello, cuando vuelves a ser, en términos económicos, aquel estudiante que caminaba varios kilómetros más para beber un quinto de cerveza por diez pesetas menos. A Max Weber, que veía los orígenes del capitalismo en la ética protestante, habría que decirle que mantener este sistema requiere de una mentalidad oriental, dispuesta a perderse pacíficamente en el más absoluto agujero de la nada, como un budista que se desprende de todo y, en especial, de sus deseos.