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Carajo> Por Alfonso González Jerez

Como era de esperar, lo que se señala en las elecciones venezolanas del pasado domingo es que Hugo Chávez le sacó más de diez puntos porcentuales a Henrique Capriles (es la lectura de un partido de fútbol) y no que el 45% de los venezolanos ha mostrado su rechazo a un régimen político y una gestión económica con la que se muestran disconformes. El presidente reelecto -él mismo reformó la Constitución que vertebra su régimen para ampliar la duración de los mandatos y establecer la reelección indefinida- lo ha dicho con claridad meridiana: felicitó a Capriles por reconocer “el triunfo del pueblo”. Parafraseando a un humorista venezolano habrá que deducir que el 45% que no votó por el Comandante son del pueblo de al lado. Sería un placer contemplar a los atontolinados apologetas locales del chavismo -los que regurgitan emocionados los datos del Centro Carter sin reparar que el Centro Carter se limita a ofrecer los datos del Gobierno federal- al escuchar a Mariano Rajoy declarar, después de las últimas elecciones españolas, que había ganado el pueblo, y no el Partido Popular. Pero toda la fina atención crítica hacia el lenguaje político que se ejerce aquí se volatiliza en Venezuela. Es que el Comandante es así, viva la patria, carajo. El régimen chavista, por supuesto, no considerará ese 45% merecedor de una mínima atención y la revolución seguirá adelante. Muy pronto no quedará un juez, un fiscal, un oficial del ejército, un catedrático universitario o un funcionario público que no sea chavista. Y la gestión basada en un gasto público incontrolado que galvaniza el apoyo al régimen y que se basa exclusivamente en la venta del petróleo seguirá creciendo. Basta recordar que el Gobierno federal gastó el pasado año un 70% más de lo establecido por la propia Ley de Presupuestos de 2011: una de tantas irregularidades legales, administrativas e institucionales que caracterizan la progresivamente caótica gestión política y económica en Venezuela y que no tiene como resultados ciudadanos más libres, críticos y activos, sino a entusiastas receptores que ven en la autoridad la garantía de una piñata interminable mientras el país es cada vez más dependiente del exterior hasta para comer. Bajo la purpurina revolucionaria la vieja Venezuela -la de la corrupción generalizada, el mal de la viveza, el Estado providencial, el fracaso industrial, la violencia desatada- está más viva que nunca, viva la patria, carajo.

@AlfonsoGonzlezJ