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La cola del Norte – Por Agustín M. González

DIARIO DE AVISOS publicó días atrás una interesante información firmada por la sagaz redactora Jessica Moreno, con la noticia de que durante el último año las carreteras de la isla de Tenerife han perdido el 15% de los vehículos, según los estudios y estadísticas del Cabildo y como consecuencia -una más- de la actual crisis económica en la que está inmerso medio planeta. Es un dato más que constata lo profunda que está siendo la actual recesión, que ya hasta afecta la capacidad de movilidad de las personas. Ahora nos pensamos dos veces si es necesario coger el coche para según qué cosa. El combustible está por las nubes, aunque de momento no hacer volar los coches. Pero con crisis y todo, cada día se repite un fenómeno en el Norte de la Isla que no por habitual -y hasta antiguo- es menos lamentable y denunciable. Cada mañana de cada día laborable la autopista del Norte se convierte en una procesión interminable de miles de vehículos que a paso de tortuga se dirigen a la zona metropolitana, unos a estudiar a la universidad y otros a trabajar a la capital o a los centros turísticos del Sur.

Esas colas kilométricas dan la magnitud exacta del fracaso de los planificadores de las infraestructuras y servicios de esta Isla, tanto de los gobernantes como de los técnicos responsables de los últimos veinte años. No han sabido prever ni promover un desarrollo equilibrado del territorio insular, ni organizar un sistema de transportes públicos adecuado y accesible para los ciudadanos de todas las comarcas. Ha faltado una visión integral de la Isla y más sensibilidad con una comarca que en otro tiempo fue el motor económico de Tenerife y que ahora necesita inversión y solidaridad. El resultado es que se ha creado una distancia física y social, se ha levantado un muro en Los Rodeos, una frontera de olvido. Los trabajadores y los universitarios de los municipios norteños son tinerfeños de segunda categoría porque llevan años sufriendo esta especie de marginación vial que cada mañana se repite como una injusta penitencia, y lo que es más preocupante, ante la resignación de las víctimas y la pasividad de los responsables públicos, a la mayoría de los cuales no les afecta la cola del Norte.