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Comparativas> Por Alfonso González Jerez

El arriba firmante vive en El Monturrio y por tanto recibió con sorpresa la noticia de que el barrio disponía de un centro cultural que suponía un heroico foco de ilustración democrática y que respondía al nombre de Taucho. En su momento, hace algunas semanas, realicé una modestísima encuesta entre mis vecinos para averiguar la difusión de sus formidables actividades. Pregunté a unos 25 ciudadanos (incluidos los propietarios de algunos establecimientos comerciales abiertos hace décadas) y solo dos me respondieron positivamente. El primero me dijo que si quería sellos de caucho me dirigiera a la papelería; el segundo, entre dudas, me preguntó a su vez si me refería a una vieja casa ocupada “por unos notas que a veces se reúnen ahí por la tarde”. Y eso fue todo.

Tampoco podía ser mucho más, sinceramente. El conocido como centro Taucho solo fue conocido -conocido, en fin, por los periodistas- cuando el propietario del vetusto y descascarillado inmueble, la Seguridad Social, intentó desalojarlo. Allí dentro habían sentado sus reales un grupito reducido de pibes, muchos vinculados a la asociación independentista Azarug, que gestionaban la casa como una suerte de club social. Entre paredes cubiertas de banderas con siete estrellas verdes y carteles con eslóganes revolucionarios de vez en cuando ponían una película en la tele (La batalla de Argel y cosas así) o invitaban a una coleguita a cantar u organizaban debates con merienda o merienda con debates sobre las maldades del capitalismo, el neocolonialismo europeo o la lucha de los pueblos indígenas de la Amazonía. Que este rendez-vous ideológico entre colegachos sea defendido como un benemérito centro cultural es risible, pero al final los chicos se han quedado con sus bártulos y que con su pan o su gofio se lo coman.

La Asociación Cultural PARA es otra cosa. Ofrece a sus socios y -abonando módicas entradas- al público en general una programación cultural digna de ese nombre en su local de la calle de El Clavel y dinamiza una zona de bares y restaurantes que intenta prolongar el relativo éxito de la calle La Noria. Les han cascado una multa de 15.000 euros por ruido: ya se sabe que en Santa Cruz hacer ruido, entendiendo en este concepto la música y otras zarandajas demoníacas, deviene pecado mortal y sancionable. Muy probablemente tendrán que cerrar. Yo les aconsejaría cubrir el local de banderitas estrelladas y pósteres de el Che y Secundino Delgado. Igual cuela y alguien presenta una moción en el ayuntamiento.