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Concreteras y turbohélices – Por Román Delgado

En todo este lío de la caída irremediable de la compañía Islas, la de Miguel Concepción (por si alguien aún esto no lo sabe), lo que más intrigado me tiene, y debo reconocer que muchísimo, es dónde está y quién es, con nombre y apellidos, el elemento que ha cocinado, no como pinche o segundo de a bordo, sino como chef, el guiso venenoso que ha conducido a esta aerolínea a la nada, a que sus aves se posen sine díe en el suelo y ya con pocas opciones de quedarse aquí, que acreedores hay suficientes para que alguien intente convertirlas en dinero pagador de deudas.

En la famosa rueda de prensa del lunes pasado, convocada para decir que ya no había manera de sostener tanto caos y que, por lo tanto, el único camino era decir adiós (o sea, se acabó), percibí que había una especie de sombra, liviana e inapreciable, que pululaba en el ambiente sin darse a conocer. Y es que, y no vamos a engañarnos, ¿se creen ustedes que el cocinero de este guiso venenoso, el que los ha puesto en entredicho ante Fomento a cuenta de un supuesto fraude en el cobro de ayudas para residentes, pudo ser el dueño de la concretera o quizás alguno de sus chóferes? Ni por asomo. Esto ha sido cosa de ingeniero, que gente de esta calaña hay en las Islas, y no sé si también en Islas, la compañía. Mucha, mucha, mucha… Tanta como flota máxima de aviones llegó a tener la compañía de Concepción.

El cocinero no aparece, señoras y señores, y no se sabe si es que ya ha sido despedido, como el futuro que espera a más de 160 empleados, o si, pese a una mínima instantánea para el recuerdo, ya no está en estas y marchó a sitio más seguro, que sí. En este follón, como en otros, el que esté libre de culpa que tire la primera piedra. Pero el problema aquí radica en que ese ingeniero tiene todas las piedras. Y así lo van a trincar.

@gromandelgadog