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Contra Wert – Por Leopoldo Fernández

Sin la situación emocional que se vive en Cataluña, no habrían sido noticia las afirmaciones del ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, sobre la conveniencia de “españolizar a los alumnos catalanes para que estén tan orgullosos de ser españoles como de ser catalanes y que tengan la capacidad de tener una vivencia equilibrada de esas dos identidades porque las dos les enriquecen”.

Esta simple frase ha suscitado entre los nacionalistas todo tipo de susceptibilidades, censuras y descalificaciones; hasta el PSOE ha propuesto la reprobación del ministro, cuyas opiniones han sido tildadas de inconstitucionales, preconstitucionales, totalitarias, fascistas y no sé cuántas cosas bonitas más.

¿Tiene algo de malo que los estudiantes catalanes lleven sus conocimientos más allá de la desembocadura del Ebro? ¿Expresa Wert la necesidad de adoctrinamiento o la superioridad de alguna ideología, identidad, cultura o lengua? Al contrario, prudentemente habla de “vivencia equilibrada” de las identidades española y catalana.

¿No tiene el Estado la obligación de proteger a los ciudadanos en el ejercicio de sus derechos, culturas, tradiciones, lenguas e instituciones, así como de promover el fortalecimiento de las relaciones y mejorar la convivencia? ¿Y es malo colocar en plan de igualdad dos identidades compatibles cuando el propio Estado debe procurar a sus ciudadanos, sabiendo dónde está en el mundo y de dónde viene -la Historia común, para entendernos-, una educación integral abierta, de calidad, sin sectarismos, y una formación en libertad y en valores democráticos, buscando lo que une y no lo que separa?

No hablo de las mentiras de la historia de España inventada en algunas comunidades, ni de los excesos soberanistas, ni tampoco de la sobrecatalanización de la sociedad del Principado -como lo prueban las sentencias del Tribunal Constitucional dictadas a efectos educativos-, incluso a la hora de rotular carteles e indicaciones en calles y plazas.

Digo que, sin tratar de legislar sobre sentimientos o identidades -porque sería puro disparate-, parece conveniente que el Estado fije unas enseñanzas comunes para todos los estudiantes españoles que incluyan la herencia social, ética y cultural recibida y también su pertenencia a un ámbito político superior, como factores relevantes en el proceso educativo.

Pero está visto que las tendencias disgregadoras y los radicalismos secesionistas priman hoy sobre el sentido común. Y tanto, que hasta el hermoso verbo españolizar ha quedado proscrito.