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Descubridores de la pólvora – Por Carmelo J. Pérez Hernández

Yo creo que el origen está en la proliferación actual de tertulias televisivas. La gente ve que cualquiera puede convertirse en experto en todo, sabe que por hacerlo los invitados ganan mucho dinero y encima comprueba que no pasa nada por muy grande que sea la barbaridad que vomite por esa boquita… Lo cierto es que, me parece a mí, vivimos rodeados de un número cada vez mayor de inventores de la pólvora: dícese del que domina todas las lenguas del mundo menos la propia. Al apéndice bucal imprescindible en la articulación del lenguaje me refiero. Con varios ejemplos de esta raza de sabihondos nos hemos cruzado esta semana. Y no he conseguido yo resistirme a traerlos a este rincón del periódico. El primero, porque supone un retroceso a la época en la que el hombre vivía en cavernas, es la propuesta de quemar curas en el colegio salesiano de Mérida. Nada tengo que sumar a lo que se ha dicho del joven instigador: su currículo personal y académico ya lo dice todo de este cachorro de la inquisición laica. Como dice el anuncio, mejor es que coma pipas y no que se dedique a comerse las uñas. Pues eso. Pero qué me dicen de Cayo Lara y de Llamazares. Que si es un acoso policial y una deriva penal lo de pedir cuentas a los responsables de herir a una profesora que quería proteger a sus alumnos de siete años. A estos dos habría que decirles que sigan intentando pescar en todas las peceras, pero que no contribuyan a la involución de la especie humana por el desespero que les produce saberse irrelevantes para la vida política.

Y qué diremos que nuestro país, en el que un niño o una niña de 13 años puede yacer sin problema con una adulto gozando de todas las bendiciones legales. ¡Trece años! Con esa edad no se puede votar, no se puede conducir un vehículo, pero se puede follar. Perdonen el verbo -que está en el diccionario-, lo he elegido para que duela más. El broche de oro lo ha puesto Mariló Montero con su trasplante de alma, oculta en los órganos del donante. ¡Mira que nos habían advertido los médicos del peligro de respirar tarde en el parto! Como éste es un artículo confesional católico, cabe añadir que si hacemos una lista de lindezas eclesiales -no sólo de los consagrados- pues también tendríamos para lo nuestro. En contraste con semejantes cegueras, al margen de un mundo en el que pareciera a veces que lo mismo da ocho que ochenta, el evangelio nos invita hoy a pedir a Dios que nos abra los ojos, que nos enseñe a ver. No basta con levantar los párpados, se nos advierte. Hay que desear de todo corazón ver de verdad, reconocerse a sí mismo un tanto ciego, dejarlo todo a un lado cuando nos invitan a ver. Jesús se propone a sí mismo como el antídoto contra todas las cegueras que nos impiden ver el mundo en su belleza total, en su desconcertante mezcla de luces y sombras. Recobrar la vista es recuperar la esperanza contra toda esperanza, nacer de nuevo a sabiendas de que todo es mucho más que lo que parece. “Maestro, que pueda ver”, pide el ciego del Evangelio. Pedirlo es el primer paso. Meditar en la propia oscuridad es el camino. Lo demás le toca a Dios. Y sabe hacerlo.

@karmelojph