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La encrucijada de Venezuela> Por Alfonso González Jerez

Los venezolanos no eligen hoy domingo entre dos candidatos presidenciales. Eligen entre la continuidad (comprometida continuidad) de un régimen político construido durante los últimos 14 años o su abandono (comprometido abandono) para regresar, básicamente, a la arquitectura institucional de la IV República. Es una elección preñada de peligros y acechanzas por la polarización política e ideológica que divide a Venezuela. Es más probable el éxito de Hugo Chávez, pero el Comandante-presidente no va a arrasar como en anteriores elecciones, y puede encontrarse con más del 40% de ciudadanos que rechazan tanto su legado como, sobre todo, su proyecto. ¿Es democráticamente lícito expandir y reforzar un régimen político e institucional que rechazaran en las urnas más del 40% de los electores? ¿Hacer tragar su socialismo del siglo XXI a una inmensa minoría? El opositor Henrique Capriles puede ganar -es la novedad en estos comicios- pero si lo hace será por la mínima. ¿Es democráticamente presentable desmontar una Constitución y un régimen por el que podrían votar el 48% de los ciudadanos, por ejemplo?

La identificación del régimen político venezolano y la persona de Hugo Chávez es absoluta y ha tomado la forma de un delirante culto a la personalidad que, por supuesto, no se detiene en esa modesta equivalencia. Hugo Chávez es Venezuela. Hugo Chávez es la patria. Hugo Chávez es la revolución, la dignidad nacional, el futuro, la prosperidad y la justicia. El mismo presidente, en un mitin reciente, les explicó a los jóvenes asistentes que Hugo Chávez no era otro que ellos mismos. En un foro de Internet pude leer, incluso, cómo un fervoroso seguidor afirmaba que una arepa “estaba bien Chávez, bien sabrosa”, y recordé cómo los dirigentes sindicales argentinos se saludaban una mañana de suave brisa y cielo azul facilitándose porque hacía “un día peronista”. Sin responder a la caricatura de gorila uniformado y vesánico que se empeñan en dibujar sus enemigos, Hugo Chávez es una de las últimas reencarnaciones, perfectamente reconocible, del tradicional caudillismo latinoamericano: un hombre providencial que, dotado de una visión prodigiosa, es capaz de impulsar nada menos que todo un proceso histórico, porque, ¿quién podría pensar, a mediados de los años noventa, que el pueblo venezolano anhelaba una sociedad socialista, una revolución socialista? Nadie. Absolutamente nadie, porque no había tal comezón popular. No ha sido una revolución socialista lo que llevó a Chávez al poder. Ha sido el poder de Chávez el que ha precipitado un conjunto de cambios políticos, institucionales y económicos, progresivamente acelerados, que el mismo presidente-comandante ha bautizado como revolución bolivariana, abusando anacrónicamente de la figura del fundador de la Venezuela independiente de la Corona española. Ciertamente una amplia mayoría de los votantes venezolanos lo ha elegido y reelegido en las urnas. La principal fuente de legitimación del régimen chavista es el aval popular al comandante-presidente en cuatro citas electorales. Y su permanencia en el poder tiene tres razones fundamentales.

1. Hugo Chávez rentabilizó la ruptura (tan espectacular como pacífica) con la degeneración del régimen de la IV República, el turnismo pútrido y venal entre adecos y copeyanos, la gusanera de la corrupción, la indiferencia suicida ante los crecientes problemas de pobreza y exclusión social que afectaban a millones de venezolanos. Una observación: Chávez no acabó con la IV República y su sistema de partidos. Cuando dirigió el golpe de Estado en 1992, Chávez fracasó bastante miserablemente. Los partidos tradicionales se hundieron, simplemente, incapaces de reaccionar, anegados por su descrédito, su torpeza, su trivialidad canalla, la huida de sus líderes y camarillas. El flamante presidente aportó una novedad: descubrir en la mayoría pobre venezolana (sobre todo en las clases bajas y en los deshederados del cinturón de Caracas y otras capitales: los habitantes de los ranchos) el objeto prioritario de una ambiciosa política social. Y transmitirles luego a sus beneficiarios que ellos contarían como sujetos en la nueva construcción política nacional. Chávez creó las misiones: un instrumento de gestión para implementar y organizar las políticas sociales, y las primeras misiones, dedicadas a la erradicación del analfabetismo y a la atención médica primaría y preventiva, fueron en general un éxito del que se beneficiaron muchos cientos de miles de venezolanos. Las posteriores se han saldado, en cambio, con crecientes y rumbosos fracasos, al igual que los mercales, puntos de almacenaje y venta de alimentos y productos de primera necesidad.

2. El hundimiento del sistema político instalado en 1959 fue tan cataclismático y definitivo, y la ocupación del espacio público por el chavismo tan veloz, que la recuperación necesaria para la articulación de una plataforma política de oposición llevó largo tiempo y fue bloqueada reiteradamente por las disidencias entre las mismas fuerzas opositoras.

3. El fracasado golpe de Estado de 2002 y la huelga general de 2003 -con su centro neurálgico en la compañía estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA)- fueron dos vías erróneas (abiertamente criminal la primera, estúpidamente maximalista la segunda) para acabar con el Gobierno de Hugo Chávez, que salió reforzado de ambas crisis, tanto interna como externamente.

Pese a la flamígera retórica que lo acompaña, el régimen político que corresponde al socialismo del siglo XXI -el definido por la Constitución de 1999- no presenta especiales novedades. Lo principal no es el texto de la Constitución, sino lo que Chávez ha hecho con ella. Aunque constitucionalmente se establece la clásica división de poderes (al que se le añade el poder electoral y el poder popular) lo cierto es que todos han sido cooptados por el régimen chavista. La Constitución ha funcionado, de esta manera, para dar cobertura legal y respetabilidad internacional al desarrollo de un régimen autoritario (todavía no una dictadura abierta) que se ha valido del Estado petrolero y sus recursos financieros para extender cada día más sus dispositivos de control sobre toda la vida social y económica de Venezuela. El apoyo popular a Chávez y su régimen se basa, fundamentalmente, en la inyección de un gasto público incontrolado a través de redes clientelares amplias y entrecruzadas que funcionan a nivel federal, estatal y local, a veces normativizadas en leyes y disposiciones y otras de carácter informal. Desde el brutal aumento de las plantillas funcionariales y sus salarios hasta las subvenciones a explotaciones agrícolas fracasadas, desde los créditos públicos hasta el subsidio de alimentos, el petróleo lo paga todo, y el Gobierno tiene su única hucha en PDVSA, que a pesar del alto precio del crudo, sufre una deuda financiera de 53.000 millones de dólares y, por primera vez en su historia, el Banco Central de Venezuela debió enjugar su déficit de caja. Y es que 600.000 barriles diarios del petróleo no se cobran: casi se regalan a Cuba, Nicaragua y China.

El crecimiento del 4,8% del PIB en 2011 se debe, sobre todo, al aumento del consumo estimulado por el gasto (que no la inversión) público, lo que explica a su vez una inflación superior al 28%. Porque Venezuela solo exporta petróleo mientras sus importaciones han crecido más del 150% en la última década. Jamás el país ha sido tan dependiente, incluso en productos alimenticios, como bajo el otoño presidencial de Hugo Chávez, que ante los gravísimos problemas de Venezuela (infraestructuras envejecidas u obsoletas, enseñanza universitaria arruinada, extraordinaria violencia callejera con miles de muertos anuales y secuestros diarios, continuos problemas de abastecimiento eléctrico, una industria de refino en decadencia técnica, corrupción universalizada, inflación galopante, más de un millón de desempleados y petróleo como único viático exportador) pide seis años más a un país que no sabe -porque no ha sido informado debidamente -si al comandante le quedan tres meses o tres años más de vida.