fauna urbana>

Fe> Por Luis Alemany

Vuelve a estar de actualidad la cuestión de la intransigencia religiosa (en realidad nunca ha dejado de estarlo a lo largo de los últimos veinte siglos), a tenor del atentado islamista contra la proyección de una película que ridiculiza a Mahoma: el peligroso radicalismo que propone -desde la violenta parcialidad- la presuntuosa posesión de la verdad absoluta y -en consecuencia- el derecho a sentenciar radicalmente a quienes discrepen de ella, ignorando la bella, generosa e inteligente frase del escritor Salvador Espriu, que proponía que el espejo de la verdad se rompió en mil pedazos, y cada uno de nosotros (desde el más honesto hasta el más miserable: esto lo añado yo) tiene uno de ellos; porque considerarse el portavoz absoluto de la verdad supone tanto como negar las posibles verdades -más grandes o más pequeñas, más aceptables o más discutibles- que todos los demás podamos tener.

Tal vez lo más inmediatamente peligroso de este radicalismo religioso sea su traslación al territorio cruento, como ahora (y en muchas otras ocasiones) está sucediendo: saliéndonos un poco -con permiso- por la tangente recuerda uno que Mercedes Navarro (no la mamá de Richi Melchior, sino una teóloga feminista: ¡toma ya!) declaró hace unos meses en un diario tinerfeño (que ni es éste ni insulta a su director) que “no me consta que ninguna mujer haya provocado una guerra”, soslayando a Helena de Troya y Catalina de Aragón, por poner los ejemplos más facilitos; sin embargo, lo que resulta incuestionable es que el 90% de las guerras occidentales de los últimos veinte siglos han tenido lugar por motivos religiosos: desde las Cruzadas hasta Lepanto, desde la Guerra de los Cien Años hasta la Armada Invencible, desde la Guerra de los Treinta Años hasta la Guerra Civil Española.

A partir de esta angustiosa perspectiva, la hipócrita postura civilizada que mantiene actualmente -con exabruptos esporádicos- la Iglesia católica no obedece a otra cosa que a prudentes convenciones que le permitan pertenecer a una sociedad democrática; pese a lo cual no deberíamos olvidar la violenta homilía episcopal (hace apenas treinta años) del malhadado Franco Cascón, ante la inofensiva entrevista que el periodista Chela le había hecho a Dios, y que incitó al Ministerio Fiscal a sentar a su autor en el banquillo; porque no hay ninguna religión que no desee exterminar a sus enemigos: o a quienes teme que lo sean.