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Francisco de Asís – Por Luis Ortega

La amistad que no da mérito al beneficiario sino que le otorga un regalo, en muchos casos y en el mío, desde luego, me colocó en la tribuna de unas prestigiosas jornadas que este año contaron con la palabra docta y amena del José Pardo de Santayana, un referente de los militares cultos y comprometidos formados en el estado democrático, y de monseñor Alvárez Afonso, el ilustre paisano que gobierna la Diócesis Nivariense. El motivo de las fiestas franciscanas, que animaron los otoños de mi infancia, me dará oportunidad de expresar, una vez más, la pública admiración por Francisco de Asís, el primer y más generoso de los renacentistas en cuanto colocó al hombre en el centro del amor y las aspiraciones y predicó, con su dulce ejemplo, la igualdad del prójimo, el mandato supremo del carpintero de Nazareth que, frente al imperio de la justicia, nos devolvió un reino de gracia. También, porque en la intención de Juan de la Barreda y Facundo Daranas, motores de esta iniciativa cultural, que multiplica su mérito por las dificultades de los tiempos que vivimos, y que revela que, dentro de la mediocridad y la astenia, dentro del pancismo sin recato y sin memoria, existe un rayo de esperanza a través de ejemplos como el suyo. Reivindicaré -es un aviso contra posibles equívocos- un estilo de ser y estar, de vivir y hacer política que le dio a nuestra isla las glorias perdidas que hoy son páginas de la historia y causas de la nostalgia.

En las últimas décadas, y no tratamos a nuestra tierra como excepción, Canarias logró, al fin, las infraestructuras eficaces y modernas que le situaban en este tránsito finisecular en condiciones idóneas para desarrollar sus potencialidades. Sin embargo, estos activos materiales no se corresponden, salvo contadas y honrosas excepciones -las que consiguieron las obras- con políticos que, al margen de ocupar la poltrona y percibir el salario, hayan puesto en valor cuanto recibieron en el ciclo de las vacas gordas. Pese a mi oposición ideológica a la nostalgia manriqueña -no es cierto que cualquier tiempo pasado fue mejor- sí podemos afirmar que la suerte no ha sido muy pródiga en el llamado Reino de la Fortuna. De esa desgracia hablaré esta tarde en la capilla de los terciarios franciscanos y pediré al Poveretto de Asís, apóstol de la caridad y pionero del humanismo, que nos proteja con tribunos más lúcidos y mejores personas, salvadas las excepciones que son tan públicas como las ineptitudes denunciadas.