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Hipocondria – Por Luis Alemany

Hacen tertulias frecuentes en las barras de los bares (especialmente los próximos a los ambulatorios) barajando -con cordial y enfrentada suficiencia- nombres de fármacos, cifras de analíticas y consideraciones acerca de las consultas en la Seguridad Social; de tal manera que mencionan el Omeprazol, el Syntrom y el Logimax con la misma entusiasta familiaridad con la que otras tertulias -tal vez en el mismo bar- mencionan apasionadamente los nombres de Messi, Iniesta o Pedrito; y comparan críticamente las cifras de sus respectivos triglicéridos, transaminasas y colesterol, con el mismo entusiasmo con el que otros tertulianos cotejan la clasificación de los equipos futbolísticos en la Liga, valorando también -desde otro territorio- sus posibilidades de ascenso o descenso; de tal manera que se les pudiera considerar miembros de una sólida sociedad que no persigue otra cosa que homologar especulativamente la salud de sus miembros.

No puede un o por menos de pensar que dedicar la vida a la supervivencia, como parecen hacer estos hipocondriacos, es -en cierta medida- una paradójica manera de perderla, o -cuando menos- de hipotecarla, porque un inolvidable bolero cantaba que se vive solamente una vez, en función de lo cual pudiera pensarse que el tiempo que estas personas dedican a pensar en conservarla es un tiempo mermado a la trayectoria vital; desde cuya perspectiva no puede uno por menos de contemplar una desdichada -en mi opinión- campaña institucional que dice algo así como que el tiempo que le dedicas al alcohol se lo restas a todo lo demás, porque resulta falaz, desde el momento en que uno -hace mucho tiempo- ha escrito páginas literarias con un vaso de whisky al lado; de la misma manera que ese denostado alcohol puede acompañar el idilio amoroso, enriquecer la conversación amistosa y participar en debates intelectuales y artísticos: otra cosa -claro está- sería considerar la lícita prevención que los hipocondriacos puedan sentir ante sus malignas consecuencias.

Coincidí en un ocasión en la Universidad del Escorial con Ana-María Matute, que (en el momento de dar su clase) cuando le pusieron delante un vaso de agua reclamó: “No, no: whisky con hielo”, y se lo trajeron: tal vez esta doble perspectiva vital sea -entro otras cosas- lo que diferencia las idiosincrasias humanas entre los que viven y los que sobreviven.