Si se lee a Eric Hobsbawm puede saberse que pagar un sueldo a los políticos fue una dura reivindicación de las fuerzas críticas y disidentes del siglo XIX y que ya el movimiento cartista (1838-1848) la llevaba en su programa, junto a la abolición de acreditar títulos de propiedad para poder elegir y ser elegido diputado. Si se lee a Eric Hobsbawm uno puede saber que la democracia exige la construcción de un espacio público deliberativo del que no se esté excluido no solo por razones políticas, ideológicas o religiosas, sino también – y preponderantemente – económicas. Si se lee a Eric Hobsbawm se pueden detectar las raíces y el desarrollo ulterior de los sentimientos contra la política y las instituciones democráticas, alimentada por fuerzas derechistas durante años, y aun más, comprobar cómo las fuerzas derechistas convierten la antipolítica en su programa y su retórica y así, mientras cortejan la ira, el miedo y el malestar de los ciudadanos, desarticulan sistemas de protección social y erosionan las garantías democráticas para blindar su modelo político y económico.
Si uno lee a Eric Hobsbawm puede entender que el capitalismo no forma parte del orden natural de las cosas, como los geranios o las constelaciones, sino que es fruto concreto del desarrollo histórico de las fuerzas de producción, y que lo que nos parece una obviedad es algo más complejo y artificial: una institución social, un constructo mental, una cultura dotada de sus propios mecanismos de legitimación y sus tradiciones inventadas. Si se lee a Hobsbawm con un mínimo de interés queda patente que la colosal fuerza expansiva del capital no llevó venturosamente al bienestar de las últimas generaciones en Europa y Norteamérica: fue la consciencia de las depravaciones y destrucciones que necesariamente conllevaba el capitalismo, y la lucha organizada contra las mismas, lo que consiguió domesticarlo parcialmente durante algunas décadas que hoy empiezan a añorarse como prodigiosas e irrepetibles. El pasado no es cosa del pasado, sino parte misma de nuestro ser y entender la vida y la sociedad, y quien no participa activamente en la historia la padece más que nadie, escribió Eric Hobsbawm, que acaba de morir en un siglo XXI que quieren arrastrar al siglo XIX.