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José Ignacio Wert – Por Luis Ortega

Con la dimisión o la patada a Esperanza Aguirre, una conservadora fanfarrona y coherente, hablamos de personas con estrellas y personas estrelladas y de injusticias que, por la edad, el aspecto físico o la oratoria, caían como el granizo a la oposición y a sus propios electores. La lista de estos numerosos personajes, que no sólo no sintonizaban con la oposición sino incluso con sus propios electores, es amplia y variada pero, como todo es mejorable, la aparición de un personaje como José Ignacio Wert ha roto todas las marcas.

Dentro de las bajas calificaciones de todo el gabinete, éste ha ganado la palma de la repulsa. Jamás un ministro ha concitado tal unanimidad en el rechazo como el titular de Educación, Cultura y Deportes al que ni treinta mundiales y el máximo récord de rendimiento escolar redimirían del creciente rechazo. Especialista en frases huecas que dan para un titular, que es una provocación o una coña marinera, el personaje que ha dirigido foros culturales e institutos demoscópicos tendría que mostrar cierto sentido común y, sobre todo, vergüenza torera, para abandonar su cargo y dejar que otro correligionario mejor dotado para la gestión y la comunicación ocupara su silla y, con la misma política del partido al que pertenecen, paliara la irritación y burla que suscita este sociólogo que transita por la estratosfera; desde luego, muy lejos de la calle y de la gente. Como el papel y el aire lo aguantan todo, con sus declaraciones como máximo responsable de la educación y la cultura se podría hacer un libro como paradigma de lo que jamás, por ética y estética, debe hacer un señor que cobra de los presupuestos nacionales.

En pleno fragor del enfrentamiento entre la comunidad autónoma catalana, a Wert le salió un espíritu cruzado, digno del periodo oprobioso que dejamos atrás -a base de diálogo y tolerancia- y expresó, como propósito, programa o deseo: “Españolizar a los catalanes”. La ocurrencia, por la que aún no ha pedido disculpas, ha sido causa de bochorno de conservadores y liberales democráticos y ha sido razón de un leve tirón de orejas del Rey -con una participación más frecuente de la deseada en la política que es cuestión de los representantes populares- a Rajoy que, más tarde o más temprano, tendrá que decidir que hace con ese callo que le salió en el pie derecho. Aunque, como en otros casos y como en partidos de todo signo, quizás se mantenga el tiempo para que se apruebe una ley que todos rechazan -docentes, padres y alumnos- y que gestionará un sucesor acomodaticio o para cobrar la sabrosa pensión de exministro que, desde luego, éste no se ha ganado.