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… y llegó noviembre – Por Fernando Jáuregui

Cuando el Rey y el Príncipe heredero coinciden, uno en Nueva Delhi y otro en Oviedo, en hacer un llamamiento contra el pesimismo que aqueja a los españoles, hay que ponerse a pensar. Cuando desde la totalidad de la clase política se lanzan mensajes de mayor o menor contenido apocalíptico, advirtiendo de los males que a todos nos pueden llegar si, por ejemplo, Artur Mas lleva adelante sus planes secesionistas, confirmamos que algo muy serio está pasando. Y mucho de ello ocurrirá, previsiblemente, a lo largo y ancho de este mes de noviembre que empieza a cerrar un annus que de veras ha sido, y está siendo, horribilis para tanta gente.

Noviembre nos sorprende con un Gobierno-bombero en varios frentes, desde el europeo hasta el iberoamericano, pasando, claro, por esas tragedias personales que algunos periódicos y radios han comenzado a ofrecernos, como retrato duro de una realidad ante la que ya no podemos seguir desviando la vista. Y nos revela también la inexistencia de una oposición que merezca el nombre de tal, angustiado el primer partido de esta oposición, el PSOE, por su incapacidad de levantar el vuelo: he escuchado no pocos comentarios acerca de la comparecencia de Pérez Rubalcaba ante los periodistas esta semana, y todos ellos subrayaban la escasa ambición del secretario general socialista, que no podrá, a este paso, seguir siéndolo mucho tiempo.

Noviembre se abre paso con unas cifras récord de paro, con la previsible victoria de la continuidad en la nación más poderosa de la Tierra, con el Parlamento devaluado, con una huelga general aguardándonos a la vuelta de la esquina y, claro, con esas elecciones en Cataluña, para las que faltan poco más de tres semanas, que van a condicionar la estrategia política durante años. Lo más preocupante, para mí, es que este conjunto de hechos, más la constatación de que nuestro país pierde peso internacional a raudales -pero ¿qué diablos están haciendo quienes tendrían que impulsar, de manera eficaz y creíble, la marca España?-, está degenerando en un nacional-pesimismo de difícil retorno. Algunos piensan que estamos en un desamparo como el de 1898, pero sin aquellos intelectuales que, al menos, diagnosticaban tan certeramente la situación.

Por eso, sin duda, en coincidencia sin precedentes, don Juan Carlos I y el futuro Felipe VI han apelado a no dejarse llevar ni por el pesimismo ni por las lágrimas. Me dicen que no han gustado mucho, en los estrechos ámbitos políticos que padecemos, las palabras del monarca pidiendo “sobrellevar las penas con un cuchillo en la boca y una sonrisa”. Lo siento por esos ámbitos: creo que, cuando el Rey abandona la rigidez de los discursos oficiales y ensaya sus tácticas de proximidad, es cuando mejor cumple su función.