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El mayordomo infiel> Por Juan Pedro Rivero*

Vaya con las estadísticas… Recientemente he leído que, en España, el 60% de los varones reconocen ser infieles frente al 40% de las mujeres. Y entendemos que infiel, en este sentido, es atentar contra la confianza de otro. Pero, ¿sólo hay infidelidades matrimoniales o de pareja?

El sábado pasado comenzaba en el Vaticano el juicio contra Paolo Gabriele, hasta hace poco secretario personal del Papa Benedicto XVI, acusado de filtrar documentos secretos. Los medios de comunicación se han hecho eco del evento, tanto por el morbo que produce toda noticia que tiene a la Iglesia como sospechosa protagonista, como por el contemplar las consecuencias que tiene la “infidelidad” en cualquier ámbito de la vida humana.

Este desagradable incidente que, como todo lo que ocurre, puede servirnos para el bien -que diría San Pablo-, me plantea qué sería de una comunidad en la que desapareciera la confianza del horizonte de la convivencia. En la que viviéramos siempre con “la pulga detrás de la oreja” siempre y con todos; en la que la sospecha fuera la primera actitud tras el saludo entre dos desconocidos; en que habitáramos a lo Doctor House afirmando que “los otros siempre mienten”…

La profesora Laurence Cornu define La confianza como “una hipótesis sobre la conducta futura del otro”, (…) como “una especie de apuesta que consiste en no inquietarse del no-control del otro y del tiempo”. La confianza es más una actitud que una acción. Y, entre las actitudes humanas para la vida social, es la primera. De ahí que los psicólogos trabajen la “confianza en uno mismo” y “la confianza en el entorno” como herramientas de crecimiento personal. A pesar de las consecuencias, creo que prefiero “confiar”.

*DIRECTOR DEL ISTIC
@juanpedrorivero