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El olor de la cabras – Por Wladimiro Rodríguez Brito

El lunes pasado se ha producido una situación muy dramática: un ganadero del Valle de La Orotava ha terminado con su vida. Vivimos una situación de tensión continua propia de una sociedad cargada de problemas. El marco de leyes que hemos creado hace imposible que el mundo rural conviva con la presión urbana. En un territorio en el que vivimos quinientos habitantes por kilómetro cuadrado y con más de la mitad declarada como espacio protegido se deja muy poco lugar para los agricultores y los ganaderos. Las leyes están hechas en un marco urbano con planteamientos que ignoran el mundo rural y sus problemas, estableciendo separaciones entre la ganadería y la población a todas luces imposible de cumplir. En otros casos las leyes hablan de polígonos ganaderos como si se tratara de poner fábricas de tornillos en el medio rural, es decir, instalaciones separadas de la zona donde viven agricultores y ganaderos. Esto es imposible ya que las urbanizaciones de viviendas han nacido y crecido como hongos en la atomizada geografía insular. Este ganadero desgraciadamente sufrió una grave situación de tensión en los últimos meses debido a los problemas de alimentación de los animales, la sequía, la subida del precio de los alimentos, las leyes europeas de bienestar animal, etcétera. A ello seguramente se unirían otros problemas familiares, hasta llegar al punto en el que lamentablemente atentó contra su vida. Estas líneas no son sólo de solidaridad con un colectivo que ha defendido y defiende la armonización en este territorio entre las actividades agrícolas y ganaderas y la convivencia con el mundo urbano y los asentamientos de población en el mundo rural. La actividad primaria no puede ser un tema marginal en el que el mundo rural queda aislado del resto de actividades económicas en nuestro territorio. No olvidemos que el pastoreo y la ganadería son las actividades que mayor arraigo tienen las islas pues las cabras llevan miles de años en la piel de este territorio. La actividad ganadera produce alimentos, contribuye a la retirada de combustible de nuestros barrancos y montes, genera puestos de trabajo y también nos hace menos dependientes de las importaciones.

Las leyes que se están aplicando en nuestro suelo rural no dejan espacio para el pastoreo ni para la construcción de establos y otra serie de instalaciones básicas para el sector primario. No queremos granjas de animales cerca de las viviendas y estas han invadido el medio rural. Ahora no queremos cantos de gallo porque nos despiertan de madrugada o el perfume de los animales de campo, que nos resulta repulsivo, mientras que el perfume del monóxido de carbono nos resulta aceptable. Hemos pasado de cinco habitantes por vaca en los años sesenta del siglo pasado a unos doscientos habitantes por vaca y sin embargo aún están denunciados establos ganaderos en esta tierra. Valga como referencia que en la urbana, civilizada e industrial Holanda hay tres habitantes por cada vaca. Estamos en la obligación de dignificar el mundo rural, lo pequeño, lo de aquí. La globalización, lo virtual son hijos del petróleo en un modelo que demanda más de nueve millones de litros de petróleo por minuto. La defensa que hacía Antonio Dóniz con sus cabras y un amplio colectivo de Benijos y de ganaderos y agricultores en las islas son enormemente respetables y defendibles. En el caso de Benijos, donde se producen más de un millón de kilos de queso y hay cientos de puestos de trabajo, es una actividad básica a defender.

En las islas, donde hemos importado carne de vacuno equivalente a setenta mil vacas el año pasado, cuando lo sacrificado en las islas no llega siquiera a las ocho mil, la ganadería es esencial. Estas líneas son de apoyo a la justa causa de nuestros ganaderos, por la que Agate, Pedro Molina y un amplio colectivo están luchando. Tenemos que cambiar las leyes; en este caso el Parlamento de Canarias ha de redactar un nuevo documento legal que defienda y proteja a las actividades tradicionales. Las urbanizaciones hechas desde la ciudad, sin consulta a los campesinos, deben ser respetuosas por ley. Los Falcon Crest no pueden ser más tolerados que los chamizos. Hemos de crear instalaciones para estos ganaderos como una actividad básica para el presente y futuro; por ello, lamentamos la pérdida de Antonio Dóniz , hombre comprometido con la ganadería de esta tierra. Lo ocurrido, lamentablemente estos días en el barranco de Tafuriaste, no debe volver a repetirse. Hemos perdido una gran persona, un luchador por el mundo rural, y esperemos que sea una semilla de una nueva manera de ver y gestionar un mundo muy complicado en el que no hay verdades absolutas, y en el que necesitamos mayor entendimiento, incluido en el uso del territorio. Descanse en paz.

* DOCTOR EN GEOGRAFÍA