después del paréntesis>

Un país> Por Domingo-Luis Hernández

Imaginemos un país que sube con esfuerzo una cuesta pronunciada. Así ocurre porque desde un llamado desarrollismo de finales de los año 60 una dictadura le dio el plácet duradero a quienes tenían terrenos sorpresivamente válidos para especular y ganar mucho dinero. Imaginemos que ese país, andado el tiempo, se avino a la democracia, pero ningún gobierno (ni de centro, ni de derechas, ni social demócrata) puso freno a ese extravío. De donde, lo que se llama en ese país imaginario y de ensueño burbuja inmobiliaria, sumó contingencias admirables que hoy le pasan factura, como valorar un piso de 90 m2 por 52 millones de pesetas. Imaginemos que para semejante dispendio contó con bancos que se endeudaron con sumas inimaginables, y los gobiernos que no pusieron freno a ese territorio siniestro de caza ahora ponen dinero en un banco malo donde los susodichos meten lo que dijeron que valía tanto y ahora vale mucho menos. ¿Qué sucedería en un país que de ese modo procede, y no al modo en que proceden al respecto los países civilizados como Noruega, Dinamarca, Francia, EE.UU… en los que, aparte del deber de proporcionar vivienda digna a sus ciudadanos, una casa al uso no cuesta más de ocho o 10 millones de pesetas?

Imaginemos un país que tiene por norma sojuzgar eso que se nombra calidad de la democracia, un país en el que la mentira es el principio político, un país con partidos que se lanzan al ruedo de las elecciones con programas repletos de promesas y que a los cuatro meses los ciudadanos descubren que lo que era no es sino todo lo contrario. Imaginemos un país en el que la desconfianza y el descrédito de la actividad política es tal que resulta imposible ajustarla. Imaginemos un país que no cuenta con un sólo ministro del gobierno medianamente valorado, que apenas pasan de tres en una valoración de 10 puntos, y que (lo más grotesco) el presidente de ese gobierno es el peor de la lista.

Imaginemos un país en el que el Ministro de Hacienda es un convencido humorista, el de Economía fue jefe de Lehman Brothers, el de Educación tertuliano de derechas de la SER, el de Industria un resentido que ha de explicar con solvencia que el Estado se arruinaría si transfiere 450 millones de euros a la minería y que no pasa nada si le inyecta 4.500 a una entidad ruinosa (y ya se sabe por qué) que se llama Bankia…

Imaginemos a un país que se jacta de poner freno a las dificultades sometiendo los salarios de los trabajadores y de los funcionarios y no atajando el fraude fiscal o subiendo la imposición a las grandes empresas.

Imaginemos un país que cuenta con un gobierno que basa la excusa de su ineptitud en el otro que gobernó y perdió las elecciones por inepto.

Imaginemos a un país sumido en una profunda crisis y en el cual el que gobierna es incapaz de organizar un frente común con todas las fuerzas políticas del Estado y actúa por la suficiencia, decretos leyes y cambios unilaterales de modelo.

Imaginemos a un país de Europa, de la Europa del euro donde se contabilizan más de dos millones de niños con dificultades alimenticias.

Un país así no nos lo podemos imaginar; imposible. Pura ficción. Y la ficción no mata. Puede que nos inquiete. Pero eso, inquietar en la ficción, resulta incluso hasta divertido. Imposible.