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Pelea y presupuestos> Por Jorge Bethencourt

El discurso de los presupuesto es una riña de gatos por los trozos de una escuálida sardina. Cada uno con su maullido. Cataluña dice que paga más de lo que recibe. Y Canarias que cobra menos de lo que se merece. Y las cifras, que marean, se arrojan a los papeles y a las ondas como un arma arrojadiza que al final nadie entiende y a nadie le importa.

Pero esto es como una pelea de vampiros. Porque al final, de lo que todo el mundo habla es de repartirse la sangre de las escuálidas víctimas que se mantienen en pie después de este larga noche de muertos vivientes que nos ha dejado con seis millones de víctimas en las colas del paro. La infección de la crisis financiera, el derrumbe del crédito y el ocaso de la deuda soberana, ha estragado la hemoglobina de la economía real sobre la que siguen recayendo todos los sacrificios y todos los esfuerzos.

Lo que la verdad esconde es que el Gobierno aumentará las cargas fiscales el próximo año. El gobierno central de allá y el autonómico de aquí. Y que la deuda pública, a finales del 2013, estará arribando al 95 por ciento del producto interior bruto español (algo más del billón de euros). Porque las cifras que realmente son falsas son las que hablan de la caída de nuestra economía, que seguirá derrumbándose.

Las administraciones públicas siguen aferradas a sí mismas, ciegas a la evidencia de que para sostener el Estado del Bienestar hay que cambiar drásticamente sus cimientos. La reforma del Estado no es una discusión entre el modelo federal o un viaje a la recentralización, es una cuestión de supervivencia, un reto para podar la frondosa y excéntrica profusión de administraciones y organismos derivados, simplificando el papel de lo público y resituándolo en su exclusiva función arbitral.

Canarias defiende un doble discurso. Por una parte sostiene que es una anomalía dentro del Estado, un territorio singular que, por su especial configuración, requiere de un tratamiento diferenciado. O lo que es lo mismo, que esto hay que pagarlo. Tienen razón. Durante siglos Madrid lo pagó aceptando que en las islas hubiesen menos impuestos y más libertad comercial. Pero eso nos lo cargamos nosotros solitos. Hoy, para mantener el tinglado público que hemos organizado en esta verbena autonómica, necesitamos impuestos a mansalva y, además y de propina, fondos estatales y europeos. Si hoy naufragamos no es sólo porque el barco del Estado hace aguas, es porque nos lo hemos ganado a pulso con nuestras propias decisiones en las que, a día de hoy, seguimos tan contentos.

@JLBethencourt