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Pesimismo> Por Alfonso González Jerez

Francamente, prefiero el pesimismo, aunque lamente practicarlo. El pesimista es el primer damnificado de sí mismo. Sin embargo, de una forma u otra, tanto desde los poderes como desde los contrapoderes el pesimismo jamás ha estado tan extendido y nunca ha disfrutado de tan mala prensa. Es como los golondrinos: se padecen ocultos en los sobacos. En algo están de acuerdo gobiernos y oposiciones, derechas e izquierdas, patronales y sindicatos: oiga, no se le ocurra a usted decir que esto no tiene salida, por Dios o por el banco malo. Ayer, la misma ministra de Trabajo, 48 horas después de hacerse públicas las peores cifras de desempleo registradas en España, proclamó que el país está saliendo de la crisis. “No es un optimismo vacío”, ha apostillado la señora Báñez. Por supuesto que no: es un pesimismo repleto, tan desbordante que hay que canalizarlo a través de la primera sandez que se te ocurra. Y la idiotez, cuanto más desconectada con la mortífera realidad, mejor.

La política de comunicación de este Gobierno, colgado sobre el apocalipsis como una piñata de caramelos negros y rabos de sabandijas, está inspirada en la poesía dadaísta. Hace poco le afearon al joven pero suficientemente talentoso Manuel Jabois que no hablara de política en sus columnas. Se defendió argumentando que escribía lo que quería y recordó una máxima de supervivencia elemental: “El primer deber de un columnista es pasar de los lectores”. Como una dama insistió en que, al menos, el articulista debería sensibilizar a sus lectores sobre los horrores del mundo Jabois respondió, ligeramente estupefacto: “¿Sensibilizar a los lectores? ¿Qué quiere que haga? ¿Qué les acaricie los pezones?”. Muy cierto, joven. Como si acariciar los pezones de los lectores, además, no conllevara peligros espeluznantes. Imagínense que usted acepta el reto y el primer lector que se encuentra es Manuel Fernández.

Un amigo de izquierdas me reprochaba ese maldito pesimismo -las izquierdas suelen odiar el pesimismo como los niños odian la oscuridad- y me señalaba que por supuesto que existen fórmulas para superar la crisis: aumentar la recaudación fiscal, invertir en obras públicas, energías alternativas e investigación y desarrollo y eliminar los derroches. Quedé tan asombrado como Jabois. Es igual que decirle a un parado que la mejor metodología para seguir pagando la hipoteca y comiendo a diario es encontrar un empleo. Resulta melancólico añadir a las razones de tu civilizado pesimismo el optimismo desesperado de los demás.