fauna urbana - Luis Alemany

Promoción turística – Luis Alemany

La acuciante invitación institucional de las autoridades canarias a personalidades ilustres, como Angela Merkel o los Príncipes de España, a visitar la isla de La Gomera parece algo así como obtener un angustioso salvoconducto (¿oficial y oficioso?) de las buenas condiciones de la isla para recibir turistas: algo así -salvando las distancias- como aquel baño que Fraga Iribarne se dio en Palomares en 1964, en compañía del embajador norteamericano y de algunos periodistas a sus órdenes (todos entonces lo estaban: era una dictadura), para disipar los rumores de contaminación atómica de aquellas aguas, después de haberse caído por allí una bomba atómica; por más que muchos almerienses escépticos sostienen que aquella célebre fotografía del grotesco meyba fue tomada en otra playa, a muchos kilómetros de distancia.

En esto de las promociones turísticas resulta muy difícil pronunciarse, y menos a los ignaros -al respecto- como uno: Miguelito Zerolo paseó por toda Europa un misil descalificado (o algo así), camino del archipiélago, que -por cierto- no sabe uno dónde se encuentra a estas alturas; de tal manera que esta solicitud institucional de reivindicación turística de la isla de La Gomera, garantizando su seguridad a los ilustres, por parte de las autoridades canarias, rogándoles su desplazamiento allí, supone una encomiable voluntad promotora; pero -al mismo tiempo- parece manifestar un cierto temor a que la isla no posea la suficiente entidad atractiva como para promocionarse por sí sola, y eso (al menos para uno) pudiera resultar peligroso, muy especialmente por la aparente falta de confianza en ella que parecen mostrar tales promotores turísticos.

Tal vez el moderno turismo tinerfeño se lo inventaron consensualmente -hace cosa de medio siglo- Fraga Iribarne, Galván Bello y Santiago Puig, al caro precio (quien algo quiere, algo le cuesta) de destruir definitivamente la agricultura insular; y quizás aquella estructura turística entonces propuesta resulte ya insoslayable, y no queda más remedio -para bien o para mal- que remitirse a ella, como -al parecer- sucede ahora con esta mendicante reivindicación institucional de la isla de La Gomera; pese a lo cual no puede uno por menos de añorar la elegancia del turismo tinerfeño de hace un siglo, practicado a través -entre algunos otros- de los hoteles Taoro y Camacho, en el que no había necesidad de invitar a nadie, porque venían solos.