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Sigan bailando – Por Juan Carlos Acosta

Aunque pudiera parecer que en Canarias tenemos a África como una gran coartada para exigir fondos multinacionales para la cooperación al desarrollo, es posible que hayamos tratado su cercanía también como una vía oportunista para argumentar un valor añadido a nuestra supuesta posición geoestratégica.

Comienzo a dudar por tanto de nuestra capacidad de hacer algo más por esa tierra que apurarla sin contrapartidas de futuro y de que las autoridades locales contemplen alguna otra alternativa que cubrir un expediente que a todas luces nos queda ancho pero que nos conviene, sobre todo a ellos, que pontifican desde sus faraónicos despachos.

Claro que todavía contamos con las inercias, que vuelven a ser una vez más como los alisios que bañan la región y despejan los cielos de nubarrones al mismo tiempo que nos libran del aire caluroso que procede del continente madre de la Humanidad, un vientre del que sigue emanando savia nueva para alimentar la desesperanza de un mundo injusto y anunciador, cada día con mayor nitidez, de una nueva era de pobreza que a todos nos va a afectar.

Al igual que los fondos de convergencia europea, que pasaron por las islas para recalar en los diques de los amigos del poder, camuflados bajo acrónimos tales como la RIC o el REA, entre otros, estas partidas financieras, asimismo sujetas a una sucesión de nomenclaturas misteriosas, si bien algunas bautizadas con nombres tan prometedores como el de “Gran Vecindad”, se van diluyendo sin que quienes esperábamos el milagro de la multiplicación acertemos a cerrar la boca por semejantes galimatías.

Antes se fueron por el sumidero caudales económicos, hoy inmensos, al servicio del arribismo y de la piñata permanente, un café para todos preñado de grandes aspavientos, invasiones de nuevos ricos en civilizaciones primitivas, subvenciones empresariales para viajes de placer en hoteles de lujo y semanas de asueto en las plazas más seguras.

Por el camino se quedaron las expectativas de la senda africana y el empeño de contribuir a un proyecto colectivo apasionante y, por supuesto, factible, que fue varado en el mejor de los casos por el disfrute cortoplacista del momento.

Por eso, ahora, que vemos las vacas flacas pacer en las alfombras de nuestros hogares, es cuando más lejanos nos parecen aquellos bueyes de la abundancia que se fueron en un “sigan bailando” carnavalero.

Desearía, en última instancia, para mis paisanos isleños la preparación que los africanos tienen para combatir la penuria, con esa solidaridad sonriente y el sentido comunitario que lleva milenios salvándoles del hastío y de la imbecilidad.