RETIRO LO ESCRITO >

Socialbudismo > Por Alfonso González Jerez

Afortunadamente José Miguel Pérez, vicepresidente y consejero de Educación del Gobierno de Canarias, goza de una abundante cabellera blanca. Es el único atributo diferenciable que le rescata del anonimato más espeso y disolvente, aunque conviene saber, en beneficio de los profesores indignados, las asociaciones de padres hastiadas, los alumnos perjudicados o los simples despistados, que cualquier señor cincuentón trajeado con chaquetas dignas de Las Tres Muñecas y adornado por un pelo blanco no es el vicepresidente y consejero de Educación del Gobierno de Canarias, José Miguel Pérez. El secretario general del PSC-PSOE (pues también es secretario general del PSC-PSOE) ha convertido la invisibilidad en un rasgo de talento, su inacción en una gimnasia política, su silencio en una orfebrería veneciana. Algunos opinan que José Miguel Pérez no existe: es una imagen tridimensional creada por un estereoscopio que se dejó Pepe Blanco en Canarias en una visita congresual y que sus compañeros no han sabido desactivar hasta el momento. Y, en el fondo, ¿para qué van a hacerlo si, asombrosamente, han conseguido docenas de cargos públicos en el Gobierno regional?

Yo no lo creo así. Una vez coincidí con el señor Pérez en un vuelo entre Tenerife y Gran Canaria, y aunque no grabé este histórico acontecimiento, sí pude comprobar que, a mitad de la travesía, se había dormido y roncaba suavemente. Y las imágenes tridimensionales no roncan. No, José Miguel Pérez, en realidad, se encuentra en la vanguardia de la praxis socialdemócrata europea. Es un socialbudista. La raíz del sufrimiento en el mundo está en el deseo, en los apetitos, en las ambiciones: en la voluntad. Ya se sabe en que ha parado la socialdemocracia: en una enorme decepción después de unas fugaces décadas de aparente victoria. El socialbudismo señala que el reformismo socialdemócrata es una entelequia en un rampante capitalismo financiero globalizado: el acierto está en proclamarse progresista, sí, pero asumir que no se puede ni se debe hacer nada, porque cualquier voluntad de cambio genera más problemas. Por eso Pérez se calla y encastilla mientras se derrumba el sistema educativo público: no quiere sumarse a la ordinariez del estrépito.