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Sylvia Kristel – Por Luis Ortega

Nadie recordará que trabajó en treinta películas -la mitad para la televisión- ni los efectos que su enfermedad causaron en su delicado rostro y en su elegante anatomía. Cinéfilos y no cinéfilos se quedarán con la imagen de una diosa contemporánea, mezcla de sensualidad e inocencia, explotadas en una historia que, realizada en 1974 por Just Jaeckin, se convirtió en uno de los éxitos taquilleros de la época. Llegó al cine con la experiencia de un único filme y, desde entonces, el personaje devoró a aquella holandesa que, transformada en un mito erótico mundial, realizó 11 secuelas con directores mediocres que aprovecharon sus atractivos hasta que fueron agostados por sus reconocidas adicciones al alcohol y las drogas, sus atormentadas relaciones amorosas y sus complicaciones de salud, relatadas con una conmovedora sinceridad en su autobiografía (Nue, desnuda) publicada en 2006. Nació en Utrech y, con 17 años, fue modelo de alta costura y, poco después, Miss Televisión Europea. Fue estafada por representantes, amantes y productores, y trabajó hasta 2010 en series televisivas para poder subsistir. Contra cierta corriente que la trató como una frívola, Sylvia Kristel fue una mujer culta, una lectora selecta y una políglota que dominaba los principales idiomas de Europa. Apremiada por las deudas en 1995, realizó siete secuelas de Enmanuel, “su gloria y su desgracia”, como declaró en varias ocasiones, con un mediocre realizador, Francis Leroi.

Referencia de la mujer de una época, le dio al cine francés su mayor hito y murió, hospitalizada en un centro de Ámsterdam de un accidente vascular, aunque padecía un cáncer de pulmón, con grave metástasis, contra el que luchó hasta el último momento. Unos días antes había cumplido los sesenta años. Sus compatriotas conocieron su habilidad artística con sus últimos óleos, valientes y finos, que le permitieron subsistir cuando su estado físico la alejó definitivamente de las cámaras. Estrenada en las postrimerías del franquismo, colas de vehículos españoles cruzaron la frontera francesa para contemplar a la mujer que, durante un ciclo, fue la más deseada del mundo. La muerte del dictador y la democracia titubeante hicieron que la película fuera, también en nuestro país, un negocio redondo para distribuidores y exhibidores. En ese Olimpo del mismo celuloide, Enmanuel -hasta el nombre y el apellido fueron opacados por el personaje- entró en nuestro recuerdo y en el álbum universal del pasado siglo.