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El último que apague la luz> Por Jorge Bethencourt

Que en Canarias se nos haya hundido una de las dos compañías aéreas de transporte interinsular no es bueno. No solo por los trecientos trabajadores que se quedan colgados de la brocha, sino porque perdemos competencia en el mercado del transporte.
Pero son los signos de los tiempos. La crisis se está llevando por delante a los que no tenían suficiente grasa como para aguantar este prolongado periodo de hambruna financiera. En el caso de Islas, además, subyace esa famosa denuncia por un supuesto fraude en las subvenciones a los billetes de residentes, que el dueño de la compañía, Miguel Concepción, esgrime como única causa del cerrojazo. Yo creo que no es la única, pero es una percha como otra cualquiera para colgar el fracaso. Y además seguramente fue la puntilla de una mala situación.

El problema de fondo es que las subvenciones son, a largo plazo, un remedio peor que las enfermedades. Y cuando no van directamente al usuario sino que se destinan a los intermediarios de bienes y servicios, al final terminan incorporados a las cuentas de explotación, donde, al más leve empujoncito de ingeniería financiera, acaban en el apartado de beneficios. El día que se empiece a pasar revista de forma crítica a la selvática maraña de ayudas y subvenciones que forman los manglares de la economía de las Islas seguramente saldrán a la superficie los piroclastos de muchos años de usos y costumbres en los que las ayudas de los impuestos de los conciudadanos peninsulares se han ido convirtiendo en parte del paisaje de costos ineficientes en determinados servicios en las Islas.

El derrumbe de Islas es, con sus peculiares circunstancias, uno más de los que hemos visto y de los que vamos a ver. Tiene el morbo mediático de que Concepción es un empresario singular, vinculado al CD Tenerife y al que le restriegan siempre su amistad con Paulino Rivero, que detonó con la polémica concesión de nuevas licencias de radio en el Archipiélago (ni el peor enemigo de Rivero habría ideado un escenario peor hecho para la imagen del presidente, lo que siempre me ha hecho pensar que o el concurso es un estropicio reglamentario o alguien lo ideó para cargarse al Gobierno).

Al final, ni a los trabajadores ni a los usuarios les va a consolar un pimiento morrón el discurso mediático y político que crecerá a la sombra de lo que parece el naufragio de un hombre hecho a sí mismo. “Islas se hunde” puede ser un titular perfectamente ampliable al Archipiélago. Habrá follón. Seguro. Porque aquí rige ese viejo axioma de quien a hierro mata a hierro muere. Es la triste justicia poética de este pequeño infierno de odios endogámicos en el que al final arderá hasta el propio dios.

@JLBethencourt