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De la utopía al progreso – Por Juan Antonio Sánchez Campos

Nos movemos en tiempos de cambio, promovidos por una política devastadora que infringe un castigo desproporcionado a la sociedad para lograr su objetivo -el poder-, sin dudar un ápice en menguar la economía de los ciudadanos hasta cubrir sus necesidades. Un sometimiento social que nos hace mirar a un futuro confuso bajo la perspectiva de los taimados planes urdidos por la clase política a nuestras espaldas.

Hay que empezar a forjar un nuevo proyecto, sin el rigor y la elocuencia de una ideología política definida; las necesidades del pueblo son las del Estado y por consiguiente, este tiene que velar para satisfacerlas de manera equitativa a sus posibilidades. Desviarlas de disputas políticas que solo ha generado dudas, compromisos ficticios y engaño continuado; sorprendido a la ciudadanía cuando menos protegida estaba.

Estas no son formas de llegar a un crecimiento en el siglo XXI, países modernos e industrializados que no son capaces de aunar esfuerzos, que hagan salir de está situación de precariedad abusiva en la que se encuentran los países más débiles de la eurozona y que consigue con ello reforzar a los poderosos.

El ideal que debe primar en la clase política es el de la solidaridad entre los pueblos; de que sirve un documento de integración a una unión del continente europeo, si no es respetado como el momento exige dice mucho de la verdadera razón de la unión.
La clase política debe abandonar su disfraz camaleónico para otros menesteres que no sean los puramente exigidos por la ciudadanía en su derecho. El color solo resulta moderadamente aceptado para satisfacer los intereses de la unión sin dañar al oponente; no para usarlos de cebo en una refriega absurda de soluciones sin sentido.

Los tiempos cambian y nuestros políticos deben subirse al mismo tren del progreso o dejar la vía libre a nuevas generaciones, más avanzadas social y económicamente, que puedan hacer valer programas dinámicos, con nuevos modelos sociales, tecnologías, investigación y desarrollo óptimos para nivelar la balanza del poder en cualquier país que se precie de aspirar al crecimiento.

No se puede negar al progreso su camino, no hacer nada para impedir que el ritmo del desarrollo se frene por no ayudar al vecino, nos da que pensar en unas discrepancias que van más allá de las soluciones a tener en cuenta; en estos tiempos que corren el enfrentamiento no tiene cabida.

La sociedad en todo su concepto marca las pautas por las que se mide el bienestar de sus integrantes, sin caer en errores banales y estériles que modifiquen su sentido. Estamos sin percibirlo a las puertas de un cambio, con el que mantener la dignidad de las personas por encima de idealismos obsoletos para llegar a un entendimiento conjunto de que no el más fuerte, es el más inteligente. Conservar los valores intrínsecos de una sociedad no implica desvirtuar el futuro escondiéndonos del presente; todo cabe en el gran escenario de una sociedad moderna y solidaria; por su valor de crecimiento añadido y el carácter de ser potencialmente indispensables cada una de ellas en un mutuo beneficio.

El oscuro espacio político actual no puede seguir siendo un parapeto al que el ciudadano no tenga acceso, ni el autoritarismo agazapado puede prevalecer como idóneo a una sociedad que requiere nuevos formatos en su desarrollo.

La guía sobre la que debe transcurrir el progreso, la inversión y, por ende, el crecimiento de una sociedad moderna la impone el legítimo derecho del ciudadano a ser consciente en todo momento de los proyectos de sus mismos gobernantes, con la lealtad que se les exige.

Si hemos logrado llegar hasta aquí, ahora es tiempo de seguir avanzando con métodos políticos convenientes; abolir maniobras tiranizadoras de gobiernos insolidarios con ideologías añejas, buscar el equilibrio económico de los sistemas de gobierno que se dicen democráticos, empezando por reforzar el nuevo carisma de nuestros políticos para afianzar el derecho ciudadano y modernizando las instituciones para adaptarlas a las nuevas demandas de la sociedad.

Sólo de esa forma la clase política recobrará su sentido y la confianza de los ciudadanos. Tal vez lleguemos retrasados, pero todavía no es demasiado tarde para empezar a trabajar todos juntos en construir un nuevo modelo político capaz de devolvernos la esperanza en el futuro.

Las ideologías no deben porque caer en el olvido, pero si menguar su incapacidad de no ver más allá de lo que su filosofía dicta; hay raíces políticas que es necesario arrancar de cuajo, pero las raíces sociales y culturales deben mantener su identidad y permanecer ilesas al cambio pronosticado; el progreso no está reñido con la excelencia en las costumbres de los pueblos. ¿Qué sería de una sociedad sin origen?