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El viaje a Marruecos> Por Leopoldo Fernández

Posiblemente por su escasa duración, comprimida en una sola jornada de trabajo, la visita de Mariano Rajoy, acompañado de siete ministros, a Marruecos, incluida su entrevista con el Rey Mohamed VI, ha tenido escasa incidencia mediática y puede dar la impresión de que se ha cubierto un trámite. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Para empezar, se ha normalizado la celebración de cumbres bilaterales, creadas a fin de impulsar la colaboración y la política de buena vecindad pero que desde 2008 no se reunían por las desavenencias que, como inevitable cruz histórica, salpican las relaciones entre los dos países. También se han firmado ocho acuerdos de colaboración -sobre transporte, turismo, deporte, cultura, educación, visados, escuelas diplomáticas y sociedad de la información- y se han sentado las bases para potenciar las relaciones culturales e institucionalizar los encuentros anuales entre empresarios marroquíes y españoles. Y para las firmas españolas establecidas en Marruecos -de momento más de 700- se ha fijado un marco jurídico y fiscal de plena seguridad y garantía. España, donde vive cerca de un millón de marroquíes, se ha convertido en el primer socio comercial de Rabat, por delante de Francia, y el vecino país es para Madrid, fuera de la Unión Europea y detrás de los EE.UU., el segundo mercado exportador. Estos vientos económicos predominan sobre las tradicionales diferencias sobre la reivindicación marroquí de Ceuta, Melilla y peñones adyacentes y la postura española ante el Sahara, dulcificada cada vez más para los intereses de Rabat, que se opone al derecho de autodeterminación del pueblo saharaui. El otro gran problema, la inmigración ilegal, aparece más o menos controlado aunque sujeto a los vaivenes de un mundo pobre y excluido que busca horizontes allí donde ve mejores posibilidades de futuro: las dos ciudades autónomas, Canarias y al otro lado del estrecho de Gibraltar. Nada se ha hablado sobre ambas cuestiones y Madrid ha vuelto a expresar a Rabat su apoyo en el proceso democratizador como mejor garantía de progreso, al tiempo que ha invitado al Gobierno alauita para que asista, en calidad de observador, a la cumbre iberoamericana de naciones prevista para noviembre próximo en Cádiz. Un gesto que completa el círculo de buenas relaciones tras los sucesos de Perejil de 2002, los problemas con la activista Aminatu Haidar en Lanzarote en 2009 y las protestas de 2010 por el violento desalojo de un campamento saharaui. A ver si dura esta racha de feliz entendimiento bilateral.