sobre el volcán>

Vivir en medio de la tempestad> Por David Sanz

Mientras redacto este artículo, un vendaval sacude las ventanas de la redacción con avaricia, como si las quisiera arrancar de cuajo y empotrarlas contra el risco de La Concepción, inútiles e inservibles. Dentro de la oficina te sientes relativamente protegido porque con una tempestad así, pese a no estar a la intemperie, experimentas aquello que decía el narrador de El tercer hombre al inicio de la novela de Graham Green: “Nunca se sabe cuándo va a caer el golpe”. Es decir, sabes que vendrá, pero todavía desconoces cómo, cuándo y dónde, auténtico combustible de la ansiedad.

Con un movimiento más silencioso y rítmico que las ventanas, la farola que está junto a la puerta se tambalea como un péndulo sin marcar ninguna hora. Es mi particular ciprés de Silos, el “enhiesto surtidor de sombra y sueños” de Gerardo Diego, cuya imagen trae incluso resonancias evangélicas, de aquella caña sacudida por el viento, que se dobla pero no parte. Juntos hemos pasado temporales peores que este, como la tormenta tropical Delta. Pero tampoco me atrevería a garantizar, “con la que está cayendo”, que salga indemne de este nuevo episodio de alerta. Es verdad que está fabricada para soportar embestidas peores, pero su resistencia tiene también un límite. Las que parecen que se lo pasan mejor son las palmeras de la rotonda de la circunvalación. Estas pobres, a las que hemos visto crecer desde el balcón, nacieron torcidas. Sin embargo, ya forman un frondoso palmeral que ahora bate sus ramas a un ritmo endiablado.

Visto desde arriba, parece el escenario de un concierto de Barón Rojo, con los viejos roqueros moviendo al ritmo salvaje de las cuerdas de acero sus melenas deshilachadas por la edad. Mientras tanto, los coches no paran de circular. La vida sigue adelante, contra viento y marea. Veo un camión con carga desplazarse a un almacén, una guagua llena de pasajeros camino a Los Llanos, etc. Incluso con los colegios cerrados, el temporal no infarta las arterias vitales de una ciudad. Mucho peor se tienen que poner las cosas para que la sociedad paralice la actividad, pese a lo que Merkel pueda pensar de los españoles. En la tierra hay un niño chapoteando en un charco, manchado de barro. Se divierte con el agua, mientras arrecia el viento. Creo que nos estamos acostumbrando a vivir de nuevo en plena tempestad.