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Deudas del fútbol – Por Miguel L. Tejera Jordán

Me entero de que Hacienda empieza a meter mano a las deudas de los clubes de fútbol. Y que el primero en caer será el Deportivo de La Coruña. El presentador del noticiario apunta que llegarán otros. Exactamente todos los que tienen deudas con el fisco, es decir, la inmensa mayoría. Y me alegro de que les haya llegado la hora. Pronto, los funcionarios de la recaudación tocarán en la puerta de otras sociedades deportivas, entre ellas, como podemos imaginar, nuestro CD Tenerife. Pero debe ser sincero. Y, sobre todo, justo. Toca pagar a todos. Porque no es de recibo que, en este país, haya quinientos desahucios diarios mientras los clubes deportivos de todas las categorías disfrutan de un trato de favor absolutamente inadmisible. La vivienda -de alquiler o comprada- es un techo bajo el que se guarece una familia. Donde comen, duermen y hacen vida todos sus miembros: hombres, mujeres, ancianos y niños. Un club de fútbol que cierre no tiene punto de comparación con el drama de la casa que se ven obligados a dejar quienes la habitan. Y si los bancos no tienen compasión con los hipotecados, y la justicia no perdona la demora del abono de los alquileres, razón de más para que la casa del fútbol de cada cual pase por el mismo aro y se moje con los dineros en la caja de todos, ahora más que nunca, porque las cifras que adeudan resultan de escándalo. Y las sumas que deben a la Agencia Tributaria vendrán sin duda muy bien para pagar servicios y atender necesidades que resultan indispensables. Lo siento por todos los aficionados al balompié.

El sentido común dicta que debe acabarse el despilfarro, los fichajes multimillonarios de estrellas que a veces no brillan como se espera, pero que salen un pastón a cuenta de endeudamientos absolutamente injustificados. Y lo que es peor, de apoyos públicos -apoyos económicos- que han vaciado las cajas de distintas instituciones que nos han estado masacrando a impuestos. Un club de fútbol es una empresa como otra cualquiera. Debe gestionar sus recursos conforme a un plan predeterminado. En lugar de lanzarse en brazos de entidades financieras que, más temprano que tarde, terminan reclamando lo que es suyo. Las propias administraciones públicas han sido generosas en exceso en sus concesiones a los equipos. Y esta no es la hora de gastar en nuevos y costosos fichajes, o en mejores equipaciones. El hambre tiene preferencia. Así que los clubes tendrán que sanearse y buscar patrocinadores privados, si es que los encuentran. En parte, el propio fútbol saldría ganando. Se convertiría en un espectáculo genuinamente deportivo, más que en una competición basada en el que tiene mejor cartera. Sé que el fútbol mueve pasiones y que el entretenimiento también es necesario en tiempos de agobios. Pero que cada equipo se pague sus gastos como pueda, devuelva lo que adeuda o se disuelva. Cuando era un niño, los chiquillos jugábamos en campos de tierra y nos pelábamos las rodillas. No pretendo que volvamos a semejantes tiempos de penuria, de leche en polvo en el recreo de los colegios y de bocadillos de sardinas o dulce de guayabo (qué sabrosos). Pero sí apuesto por recuperar el sentido común.