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Difuntos, finados y ranchos de ánimas – Benito Cabrera

Noviembre es el mes del encuentro entre los vivos y los muertos. El impulso atávico del miedo a la muerte -acaso traducido como el temor a la pérdida de conciencia de sí mismo- ha catalizado todo un conjunto de ceremonias encaminadas a sobrellevar la certeza de que, indefectiblemente, acabamos siendo la nada que fuimos antes de nacer.

Todas las culturas celebran de alguna manera su tributo a los difuntos. La pauta cristiana se encarga de hacerlo el 2 de noviembre, con ritos destinados sobre todo a ocuparse de aquellos que se encuentran en ese tránsito místico que la liturgia católica dio en llamar Purgatorio. Como otras muchas tradiciones judeocristianas, parece que estas costumbres encuentran sus raíces en ceremonias druídicas que fueron asimiladas y adaptadas. El dios celta de la muerte, llamado Samhain, tenía su fiesta el 1 de noviembre, comienzo del año nuevo celta.

En Canarias, las tradiciones ancestrales del culto a los muertos y a los finaos, van cada vez más arrinconándose en pro de la tan celebrada moda del Halloween y su patética puesta en escena de zombis y calabazas. Una de las tradiciones más añejas e interesantes es la de los Ranchos de Ánimas. Actualmente, sólo existen como tales en Gran Canaria. En Lanzarote, diversos sucesos acaecidos en el siglo XVIII supusieron la decadencia de estas cofradías de ánimas, probablemente emparentadas con los Auroros Murcianos, pero aún perviven como Ranchos de Pascua y son una de las joyas más interesantes de nuestro patrimonio etnográfico. En la ciudad de Las Palmas, centenares de personas se dieron cita en el casco histórico para celebrar la víspera del Día de Todos los Santos, comiendo castañas y piñas asadas y bebiendo anís y vino dulce. Una alternativa plausible para ofrecer opciones a las foráneas franquicias festivas, que tan poco nos cuesta asumir.