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El documental>Por Leopoldo Fernández

Comprendo que puede ofender a muchas personas, afectadas directa o indirectamente por las acciones terroristas del MPAIAC, e incomodar a otras, ya que denuncia las vilezas que circulan por las cloacas de los Estados a la hora de combatir, no importa a qué precio, a los enemigos circunstanciales y todo aquello que pueda generar problemas molestos. Aun así, el documental Cubillo, historia de un crimen de Estado me parece una obra cinematográfica bien elaborada, bastante ajustada a la realidad, de un ritmo trepidante y con momentos de alto valor emocional. No despeja algunas dudas, como las complicidades de diferentes servicios secretos -particularmente de la CIA-, pero retrata con fidelidad la connivencia y hasta el poder de persuasión del fundador del MPAIAC con los dirigentes de naciones africanas y del tercer mundo, en los años 60 y 70, con Canarias como punto de interés en el mapa geopolítico de aquel tiempo. Una etapa, en plena guerra fría, donde soplaban fuertes vientos descolonizadores bajo la influencia que ejercía la URSS a través de los países no alineados y de las llamadas democracias populares, unas dictaduras de tomo y lomo, de corte revolucionario marxista-leninista. Cubillo huyó del amparo del PCE, pero cayó en los manejos y conveniencias del FLN, que lo utilizó mientras le convino, y estuvo siempre muy cerca de los movimientos de liberación y de las organizaciones terroristas de aquel tiempo, bien acogidas en Argel, como ETA, Grapo, Frap, IRA, Brigadas Rojas y Baader-Meinhof.

Con sus luces y sus sombras, Cubillo forma parte de la historia de Canarias. No precisamente de su mejor historia, sino de un tiempo que, aunque con su componente romántico y de forja identitaria, dio paso a un africanismo sin sentido y a una lucha armada muy alejada de las aspiraciones populares. Tan alejada, que el pueblo le dio la espalda tan pronto regresó Antonio a las Islas -por iniciativa de algunos de sus camaradas y al amparo de la Ley de Amnistía- y decidió concurrir a unas elecciones. Ahí murió el mito político, aunque hoy siga bregando -tiene todo el derecho mientras lo haga sin violencia y desde la legalidad- por unas ideas que gozan de muy escaso respaldo. Si en su día no se dieron las condiciones políticas y sociales para una independencia de Canarias -que a mi juicio quedaron enterradas tras las emancipaciones del 98- y, menos aún, para la práctica terrorista, la situación es hoy más radicalmente contraria, desde el sentimiento ciudadano, la legalidad española y el Derecho Internacional. La gente no es partidaria de aventuras violentas y separadoras; prefiere la integración y la moderación, sin por ello renunciar a la defensa de identidades y diferencias interconectadas, eso sin duda, con otras realidades superiores. No lo entiende así el protagonista del documental, como tampoco contempla la conveniencia de pedir perdón a quienes hizo daño con las actividades del MPAIAC. Una pena, más aun cuando él mismo ha perdonado a quien quiso matarlo, porque cerraría de manera más convincente un capítulo de su peripecia vital.