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Eduardo Inda – Luis Ortega

Con extraordinario apoyo en los medios escritos y los audiovisuales de Unidad Editorial, Eduardo Inda y Esteban Urreiztieta lanzaron un libro de periodismo de investigación, un eufemismo de muchos filos que permite fabular sobre hechos incontestables y llevar al lector al territorio que le interesa a los autores. Urdangarin, un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos, publicado por La Esfera de los Libros, tiene un primer capítulo prometedor, que, con cierta astucia, coloca al príncipe Felipe en una posición digna dentro de las notables trapacerías y argucias que tienen por protagonistas a su cuñado, un deportista escaso de formación y sobrado de ambiciones, y su profesor Diego Torres. Como los imputados en el escandaloso caso de corrupción, los autores de la publicación -que vendió veinticinco mil ejemplares en una semana y ya va por la segunda edición- son un dúo con identidad de propósitos; los presuntos corruptos, es decir, el antiguo balonmanista y su mentor: escapar como puedan de la quema que les aguarda; los autores, que desde 2006 destaparon el dilatado pelotazo, ganar gloria y dinero o viceversa. Todo muy lógico. Sin embargo, la resaca del suceso está por ver.

A nadie se le oculta que “la malversación, prevaricación, falsedad, fraude y blanqueo de capitales” no tienen el mismo precio para el ambicioso Torres que para el yernísimo y, de rebote , para el prestigio de su regio suegro y la institución que, ahora libremente, se cuestiona y es motivo de mofa y chistes, con más o menos ingenio, en las redes sociales. En un clima de indignación y chanza, opacado por el rostro cada vez más dramático de la crisis y los desahucios, la monarquía ha recibido, desde dentro, el peor embate desde su restauración hace 37, y las respuestas y actuaciones se antojan insuficientes. La eliminación de las infantas de los actos oficiales, la salida de Urdangarin de Telefónica, la pérdida de sus pingües emolumentos y el abandono del palacete de Pedralbes, símbolo de su tramposa ascensión, las palabras y las censuras no bastan para una sociedad con una alta cuota de indignados, que, sin recato, añaden a sus denuncias banderas a las que ha regresado la franja morada. Un buen amigo, juancarlista de pro, expresaba sus dudas en torno al porvenir de la institución y fustigaba, sin miramientos, a “una artera corriente de opinión, patrocinada por algunos celestinos, que propugnaba la abdicación como salida a la crisis”. Le recordé una oportuna frase de Víctor Hugo: “El futuro tiene muchos nombres”. Y sorpresas.