nombre y apellido >

Emilio Aragón – Por Luis Ortega

El palmero Teodoro Ríos, retratista ajustado y paisajista libre, un artista que vivió la aventura de la emigración, regresó con una alforja de recuerdos y sentimientos cuando los revolucionarios bajaron de la Sierra al grito de Cuba Libre. En largas y amistosas conversaciones -pasaba con frecuencia por el caserón de La Tarde- me habló con familiaridad y afecto de los notables que se quedaron -especialmente de Dulce María Loynaz, que aún no había entrado en la gloria española- y de los que, como él, se fueron desconfiados ante un futuro que llegaba con fusiles para derrocar a otro militar, Fulgencio Batista, que huyó con su familia la Noche de San Silvestre. Protagonistas frecuentes de sus charlas eran los hermanos Aragón, payasos españoles, que cambiaron de dictadura y de televisión única: Gaby, Fofó y Miliki, que, desde 1973, eran estrellas de la audiencia infantil en blanco y negro. La pregunta -“¿Cómo están ustedes?”- y la respuesta, que en cada repetición subía de tono, y las canciones entraron en la sintonía de un país abocado al cambio por la edad y el estado físico de Franco y por la mejoría económica que había puesto en el horizonte la esperanza y el modelo de la Europa democrática.

Alfonso Aragón, Fofó, murió en 1976, por una hepatitis B, contraída con una transfusión de sangre, cuando convalecía de la intervención de un tumor cerebral. Desde entonces, nada fue igual, aunque hubo actuaciones y programas de televisión; en 1995, Gabriel Aragón, el mayor de los hermanos, también falleció, y Miliki, el superviviente, mantuvo el pabellón con la creación de un circo sui generis, con su hija Rita Irasema y con el patrimonio común de unos recuerdos que se transmitieron naturalmente, como las costumbres, entre el público niño. Ahora fue Emilio, el más joven de unos payasos de tercera generación, premiado con la Medalla de las Bellas Artes y con una popularidad que lo acompañó siempre. Padecía el mal de Parkinson y una neumonía cerró su existencia a los ochenta y tres años y elevó al nivel de los imaginarios su imagen, su batón rojo y su calidad de músico. Nieto del Gran Pepino, hijo de Tonino y padre de un precoz Milikito, que, persuadido de los nuevos rumbos y de los nuevos gustos, dio un giro radical a su carrera con el negocio de las televisiones. En la memoria de los niños del tardofranquismo y la transición están las imágenes y las canciones; para los niños de hoy quedaron sus canciones, y detrás de ellas, don Pepito, don José, y Susanita con el ratón chiquitín, que todavía suenan en las guarderías y los colegios de parvulitos.