Cada año que pasa, España, promotora y creadora de la Cumbre Iberoamericana, ve cómo esta no solo se devalúa sino que su posición de fundadora es extorsionada o despreciada por varios invitados que, en muchos casos, debieran asistir por simple agradecimiento a las inversiones españolas o a las fuertes ayudas humanitarias y de cooperación que reciben desde Madrid.

Pero desde la creación de extraños bloques continentales autodenominados independientes del Primer Mundo, varios países desairan la invitación a la Cumbre, se realice esta en América o en España, aduciendo enemistad con empresas españolas (Argentina) o entre ellos mismos (Mercosur y Unasur contra Paraguay). Por ello, salvo Uruguay, cuyo presidente no asistió por enfermedad; o el caso de Guatemala, por la catástrofe sísmica, el resto de los ausentes solo buscó este año, con su ausencia, devaluar la Cumbre Iberoamericana, inclusive a través de la extorsión del Mercosur y el Unasur, exigiendo la no presencia del presidente paraguayo en este ejercicio.

El error, o la inocencia, de los creadores de las cumbres iberoamericanas radica en creer que se lograría conformar una vinculación similar al Commonwealth británico, olvidando la falta de dominio de la tolerancia (o falsedad) diplomática que ejecutan los líderes al reunirse.

Y varios de los países latinoamericanos son hoy conducidos por caciques regionales que no solo desconocen esta regla sino que, o se han autoproclamado nuevos libertadores de sus países frente a la corona española, o están enemistados entre sí por distintas concepciones ideológicas. Refundar estas cumbres pero con sede permanente y rotativa en territorio iberoamericano sometiendo a España a un papel secundario, e imponer reglas de juego que excluyan la negociación entre pares, como ocurre en Argentina o Venezuela y los países satélites de este último. Este es el principal objetivo de estos líderes, que buscan devaluar, vía extorsión, estas cumbres ahora ya bienales.

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