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Fórmulas> Por Alfonso González Jerez

Es realmente pasmoso: PP y PSOE anuncian y fijan una reunión para encontrar un acuerdo sobre una (o varias) modificaciones legales con el objetivo de detener o moderar la ola de desahucios de viviendas hipotecadas y brotan como hongos las voces prudentes que susurran que cuidado, mucho cuidado, que los derechos de propiedad, que las garantía contractuales. Una mente tenebrosamente lúcida no puede dejar de recordar que los bancos no están facilitando crédito, y si no pueden cobrar parte de sus deudas, menos créditos darán todavía en un futuro inmediato. En todas estas afirmaciones huele ligeramente a muerto y el perfume de la cadaverina lo desprende la propia democracia. Un chiste ruso ilustra bastante (groseramente) esta suicida delicadeza. Érase una vez una princesa que no quería defecar para no humillar la zona donde la espalda pierde su nombre. La princesa del cuento muere entre terribles dolores mientras los oyentes suelen escuchar su agonía entre carcajadas. El problema de los desahucios por impago hipotecario afecta a decenas de miles de personas y existen herramientas políticas y jurídicas para enjaretarlo.

La patronal bancaria descubrió ayer que el pasado jueves comunicó al Gobierno de Mariano Rajoy su disposición a paralizar los procedimientos de desahucios “en caso de extrema necesidad”. Por supuesto, los banqueros levantaron su pequeño altar de responsabilidad corporativa en un territorio lo suficientemente ambigüo. No admitir esta gaseosa dádiva, sino concretar mecanismos y reformas legales, debe ser la responsabilidad de los legisladores. La panoplia de cambios y adaptaciones en leyes como la hipotecaria, la concursal o el código civil es muy amplia: el “fresh star”, el aplazamiento de cuotas, la constitución de comisiones de endeudamiento según el modelo francés…Fernando Gomá ha propuesto otra: el comodato. Los ciudadanos que documenten no disponer de dinero para abonar las cuotas o un arrendamiento se quedarían con el uso de la vivienda durante dos o tres años, por ejemplo, y a partir de ahí, el banco podría vender el inmueble.

Vender pisos y apartamentos resulta, actualmente, una labor heroica: mientras se desentumece el mercado inmobiliario el acogido al comodato pagaría agua, electricidad y mantendría el habitáculo en condiciones, lo que no sería mal negocio para la entidad bancaria. Existen fórmulas, modelos, instrumentos: lo único que falta, hasta ahora, es voluntad política para atacar un problema que no solo es un drama intolerable, sino un dislate económico y bancario.