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Huelga general> Por Alfonso González Jerez

La huelga general es probablemente una institución en trance de obsolescencia. Fue un instrumento fundamental en las luchas obreras del siglo XIX y XX, pero tras la II Guerra Mundial, y en los países que disfrutaban de democracias parlamentarias, los grandes sindicatos se transformaron en entidades paraestatales, el derecho a la huelga (también la general) fue regulado legalmente y la proliferación de otros mecanismos de protesta e intermediación le sustrajeron su fortaleza y su dramática seducción: esa apuesta implícita, en las coyunturas críticas del movimiento obrero, por el todo o nada.

Los nuestros son (más aceleradamente que nunca) tiempos de tránsito y la huelga convive con otras expresiones de crítica y rechazo político, económico y laboral: las ocupaciones y acampadas, las firmas, el ciberactivismo. El principal valor instrumental de las huelgas generales actuales es como instrumento de galvanización y como evento de focalización de la miríada de protestas y estratagemas que sacuden la sociedad civil y que impulsan partidos minoritarios, plataformas, comités y movimientos. En ese sentido la huelga general responde cada vez menos al ritual obrerista del pasado, con sus mitos y sus símbolos, y más a la condición de mero vehículo para la manifestación de la protesta, el rechazo, la crítica participativa. Sigue siendo útil. Sigue teniendo un objeto práctico y unos sujetos plenamente conscientes.

Escucho profetas anunciar que la huelga general de hoy no tendrá éxito. Sería una pésima noticia para la salud democrática de este país que el miedo, el hartazgo o la desesperanza legitimen la retórica nixoneana o marianesca de la mayoría silenciosa. Y se trata de un pronóstico discutible. La primera huelga general contra del Gobierno de Mariano Rajoy, en el pasado marzo, fue ligeramente más activa y participativa que la huelga general contra el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero en septiembre de 2010, tal y como demuestra la caída del consumo eléctrico, un indicador indirecto, pero medible, objetivo y no condicionado por sesgos interesados. La huelga de este miércoles es, por supuesto, una huelga política a la que están convocados los ciudadanos de una democracia malherida y pisoteada como la española frente a estupideces, abusos y villanías que pretenden transformar un modelo social sin preguntar nada a nadie, bajo la advocación de sus santísimos escrotos o de la virgen santísima.