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Leyes pasadas por agua – Luis Alemany

Los polémicos planteamientos suscitados a partir de los derribos de las casas de Cho Vito nos enfrentan a una contemplación dialéctica de la Ley de Costas, tanto desde una perspectiva sincrónica como diacrónica; la primera, porque nos obliga a contemplar -tal vez con un cierto escepticismo- una realidad urbanística peligrosamente variable en sus decisiones en ámbitos topográficos de entidades aparentemente comunes; la segunda, porque nos remite al proclamado rigor de la obediencia a una ley que debe -o debería- conciliarse con la contemplación retroactiva de determinados derechos adquiridos, siempre que tal contemplación no atente a la convivencia ciudadana: no cabe duda de que ambos criterios resultan difíciles de conciliar, pero -piensa uno también- sin tratar de hacerlo rigurosamente es difícil que lleguemos a ninguna parte, como está ocurriendo ahora en esta Isla a este complejo respecto de la rigurosa aplicación de una Ley de Costas de indomeñable estructura radicalmente sancionadora. Ha comentado uno (en más de una ocasión) que el ilustre etnólogo palmero José Pérez Vidal escribió que en las islas solo existen cuatro direcciones: para dentro, para fuera, para arriba y para abajo, como en todas las islas, en definitiva: algo que comprende perfectamente cualquier canario pero que le resultaría muy difícil -cuando no imposible- de entender a un señor de Logroño; y desde esta esquemática (pero incuestionable) perspectiva topográfica propuesta por Pérez Vidal no queda más remedio que reconocer que el “para fuera” canario es el mar (de momento: después ya veremos); de tal manera que es el mar quien determina la idiosincrasia insular de cualquier habitante de esta -y de cualquier otra- isla; por lo cual tratar de legislarlo de manera restrictiva supone algo así como coartar una relación visceral que va mucho mas allá de previsiones de seguridad ciudadana y de un pretendido estado de bienestar: tal vez se esté pronunciando uno aquí desde un énfasis un tanto lírico, que conduce a un acratismo utópico; por lo cual sería ingenuo rechazar una legislación largamente debatida, y que se supone que atiende a un hipotético bien común; pese a lo cual, no puede uno por menos de reivindicar esa íntima relación (que ha existido siempre en el Archipiélago) entre los canarios y las aguas marítimas. Cuando uno era joven, los pescadores de caña se sentaban en la barandilla de la escollera que está frente a la fachada lateral del Cabildo, que se mojaba cuando las olas arreciaban un poco: tal vez hubiera debido derribarse el Cabildo, aunque uno prefiere que ambas entidades sigan dialogando.