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Lo que viene> Por Leopoldo Fernández

Debacle, derrota, batacazo, catástrofe. Estos y otros epítetos similares colman las páginas de la prensa en referencia al resultado que las elecciones catalanas han deparado a CiU. Por extensión, cabría aplicárselos también al PSC y, de paso, al PSOE, huérfanos de liderazgo y que no acaban de levantar cabeza cuando el país más los necesita. La tragedia electoral alcanza a las dos fuerzas otrora dominantes en Cataluña, que deberían volver a entenderse a poco que los nacionalistas aparten del camino ese soberanismo equívocamente deducido entre su electorado tras la gran manifestación de la Diada. Para CiU, todo ha ido a peor. La gobernabilidad del Principado pasa ahora por un posible acuerdo con ERC, que sin duda tiraría de la cuerda independentista para llevar a Mas y su gente hacia posiciones de radicalidad y ruptura. Eso, o una rectificación en toda regla, con abandono de ensoñaciones independentistas, si, en otro caso, CiU se ve obligada a echarse en brazos del PSC o, aunque hoy parece imposible, del PP.

Lo único descartable es la ingobernabilidad de Cataluña en estos momentos de tragedia griega, por la objetiva necesidad de aplicar ajustes y recortes imprescindibles para poder pagar tantas deudas contraídas por años y años de mal gobierno, corrupción y despilfarro. “No tenemos fuerza suficiente para liderar el Govern y el proceso soberanista”, ha dicho un Mas cariacontecido y amortizado. Como no logró la “mayoría excepcional” que reclamaba, sino que se dio un tortazo morrocotudo, por dignidad personal y política debería haber dimitido el mismo domingo por la noche. Su posible heredero, Oriol Pujol, ha subrayado que “sin gobernabilidad, el derecho a decidir estará en el congelador”. Este es el panorama que seguramente estará oteando La Moncloa, mientras espera noticias sobre las alianzas para un Gobierno estable y las nuevas demandas que en su programa vaya a plantear a Madrit. La situación es preocupante.

No se pueden echar en saco roto los resultados electorales del domingo, la consolidación del soberanismo en el Parlament y el afán de cambio en las relaciones de Cataluña con el Estado, que este habrá de tener en cuenta al casar la legalidad constitucional con los sentimientos particularistas y con los intereses generales de España. Aunque han quedado muy tocados tras la campaña electoral y Mas siga aferrado al referéndum, habrá que recomponer los puentes del diálogo y el entendimiento para evitar males mayores. Nadie quiere enfrentamientos dolorosos, ni remedios radicales que puedan afectar a la normal convivencia ciudadana. Es la hora de la reflexión, la prudencia y la política.