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Luis Cantero – Por Luis Ortega

La farándula -el sector de actividades diversas en los sindicatos franquistas- es “alegre, dura e injusta”, como reza el aria de un tenor en una ópera romántica. Se pasa de la luz a la sombra, de la gloria al olvido, en un instante. Hace ahora un mes, la policía rompió la puerta de la casa de un periodista que hizo historia en nuestro país en los ochenta, cuando las animadas democracias de Suárez y Felipe abrieron las ventanas a la normalidad y al libre gusto del ciudadano. Luis Cantero (1943-2012) fue el inventor de las provocaciones y los escándalos, antes de que Sardá & Cía imitaran sus métodos y convirtieran las noches y los días en aparatosas atracciones para un público que, al tiempo que el pudor, perdía el gusto. Nadie puede negar al descarado andaluz, que además era un excelente entrevistador -ahí quedaron sus ajustados perfiles de intelectuales y artistas-, su ingenio y gracia, “adobada con la mala follá, que es, queramos o no, consustancial con mi tierra”, Con la misma naturalidad con la que recorrió el mundo en 80 camas, arrancó al sagaz Adolfo Suárez confesiones y y mensajes entre líneas sobre la alborotada UCD que cavaba su tumba a sus espaldas y arrancó, tapado sólo con unos calzoncillos, los colores de las marujas del barrio de Salamanca sobre la libertad sexual y el intercambio de parejas.

Fue uno de los grandes factores que asentaron el imperio de Antonio Asensio y el plumilla estrella del Grupo Z, y un tipo normal, alejado de aquel cliché chuleta que le procuró sus éxitos. Lo conocí a través de un paisano -José Luis Morales- cuando Interviú vivía sus días de gloria y su dueño entraba con pie firme en Antena 3, adquirida luego a golpe de decreto y talonario por la privatizada Telefónica, con el famoso Villalonga al frente. Cantero ejerció su profesión con encomiable voluntarismo hasta 1999. No siguió con el oficio en esta centuria de las Torres Gemelas, “la preventiva guerra de Irak”, la matanza de Atocha, el relevo socialista y, ahora, recién enterrado, con Rajoy al fin en La Moncloa y una crisis que va por su quinto año. Cantero vivía solo, murió de una embolia pulmonar en la ciudad de su nacimiento y advirtieron su ausencia los empleados del bar al que acudía diariamente. Como recordó Pilar Eyre nadie -salvo ella- le dedicó una línea en los periódicos. Risueño donde esté, él pensará que habría escrito muy bien esta crónica triste de un hombre solo, con su peculiar estilo donde, como en el potaje, cabía lo preciso, lo tierno, lo acre, lo divertido.