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Maldición – Por Alfonso González Jerez

“Ojalá tengas que vivir tiempos interesantes”, sentencia una maldición tradicional china, y parece poco discutible que hemos sido malditos. El interés varía de naturaleza, por supuesto, si tienes trabajo o estás desempleado, si cuentas con tres comidas diarias o sobrevives gracias a la pensión del abuelo. Pero la maldición nos alcanza a todos. Entre la víspera de la pasada huelga general y las manifestaciones nocturnas llegaban noticias renovadamente espeluznantes desde Grecia. Por encima o por debajo de las declaraciones oficiales de la troika (la UE, el Banco Central Europeo y el Fondo Económico Internacional) la inmensa mayoría de los analistas susurran que el riesgo de una bancarrota del gobierno de Atenas es mayor que nunca, si no inminente: no existe acuerdo entre los tres actores sobre el paquete de 31.000 millones de euros que le urgen a la martirizada Grecia para cumplir, precisamente, lo decretado por Bruselas. En la aldea de Asterix los galos temían que el cielo les cayera sobre la cabeza, a toda Europa, pero sobre todo a los países agusanados por la deuda pública y privada, está a punto de aplastarles un infierno. El default de Grecia produciría un incendio en los mercados de deuda que amenaza con carbonizarnos en pocas semanas. Treinta mil millones de euros: una monstruosa pastizara que, por lo demás, engordaría aún más la deuda griega, y que se destinarían principalmente, que baje Zeus y lo vea, a pagar deudas antiguas. Si el balón sigue rodando el estallido tardará unos meses más, si se detiene súbitamente en los próximos días, esto va a petar con una rapidez relampagueante. Servidor abomina de las teorías conspiranoicas y, más particularmente, de que esta explosiva situación política, económica y social responda a un perverso plan de los centros del capitalismo financiero globalizado para acabar con la democracia, los derechos laborales y la expansión del Universo a la izquierda según se mira. Este imaginario sobre el conflicto reconforta en la desesperación, pero no ayuda a entenderlo. No: la quiebra productiva y el sufrimiento social es fruto del anhelo de dominio, de la obsesión cloacal por el dinero, de un sistema económico que solo en su expansión ilimitada tiene su horizonte de crecimiento y su propia legitimación contable, su relato estratégico, su lógica interna. Los demás somos víctimas colaterales: caiga quien caiga, lo que no puede caer es este modelo de acumulación de capital y concentración de la renta.