el fielato>

Los malos> Por José David Santos

En la película Malditos bastardos de Quentin Tarantino queda claro quiénes son los buenos y quiénes los malos. Estos últimos son los alemanes, los nazis, y los primeros un grupo de tarados que conforman un comando que, en su bondad, se dedican a sacar confesiones mostrando cómo se le abre la cabeza a un individuo con un bate de béisbol y otras acciones tipo arrancar cabelleras. Pero nadie duda de que son los buenos. Como en una película de indios y vaqueros, en la que el aborigen siempre era el enemigo aunque fueran los del Séptimo de Caballería los que estaban en plan genocida acabando con un pueblo milenario.

Exagerando y tirando de la demagogia de estos días, se podría decir que ese maniqueísmo se da en la actualidad. Los malos son los bancos (y por extensión reaccionaria los que trabajan en la última oficina de pueblo); los políticos (hoy no escaparía ni Ghandi que era, por encima de todo, un político), los periodistas (todos vendidos al poder); la policía (ese órgano represor); los empresarios (explotadores que solo piensan en despedir); los sindicatos (vagos que defienden sus intereses); los funcionarios (privilegiados hedonistas); y así, acumulando malvados, queda el resto de ciudadanos, los buenos.

Y es aquí donde algunos, pocos pero ruidosos, se lo creen y, si bien -aún- no usan la violencia, sí que dialécticamente comienzan una cruzada que da terror. Los banqueros (incluido el que atiende la ventanilla, que de banquero tiene lo que yo de Indiana Jones) son asesinos; los políticos, corruptos; la policía, fascista; los periodistas, estafadores; los empresarios, ladrones; los sindicatos, golfos; los funcionarios, sinvergüenzas; y así, entre gritos de ira se articula un enorme estruendo que no soluciona nada. Con menos, Tarantino comienza a abrir cabezas y despellejar a los malos.
@DavidSantos74