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Matrimonios – Jorge Bethencourt

El Partido Popular se ha quitado de encima un muerto de muchísimo cuidado. El recurso que formalizó ante el Tribunal Constitucional contra el matrimonio homosexual ha sido rechazado. El suspiro de alivio de La Moncloa se habrá escuchado en Cafarnaún.

El PP se metió en un jardín con muchas espinas en aras de contentar a ese bloque católico de votantes -y militantes- que quieren establecer conceptos morales de origen religioso en una sociedad fundamentalmente laica.

Se dice siempre que hay que respetar las creencias religiosas. A mí no me sale. Qué quieren que les diga. Respeto a las personas, no a las ideas.

Los conceptos, los sistemas de creencias o tendencias religiosas, no pueden estar ajenos a la crítica. Así que resultaría tentador hacer un pequeño repaso por las escrituras sagradas de muchas religiones porque en ellas se pueden encontrar abundantes ejemplos de incesto, homosexualidad o poligamia que hoy esas mismas religiones proscriben. Pero no es el caso. La mitología no tiene relevancia porque pertenece a un mundo ajeno a la sociedad civil.

Lo que hay que preguntarse no es si el Gobierno admite o no el matrimonio homosexual. La verdadera cuestión es por qué los gobiernos se atribuyen el poder de intervenir de forma legal en la decisión libre y soberana de individuos que quieren vivir juntos, sea cual sea su sexo, edad, color, raza o religión. Porque ahí está la madre de todos los corderos. Que las parejas se tengan que registrar oficialmente sometiéndose a un control y a una reglamentación sobre su convivencia que rige su unión o su separación, afecta a sus bienes y a sus derechos, a su régimen tributario o a sus deberes.

La escandalosa intromisión de ese Estado benefactor, que nos cuida y vigila de la cama a la tumba, no conoce límites. Ver a miles de parejas homosexuales felicitándose por la decisión jurídica me recordó a un grupo de reclusos de un campo de concentración celebrando que se haya decidido no gasearlos, aunque sigan tras las alambradas.

El Estado basado en la familia, que ya glosó el franquismo como uno de los pilares de la patria, le ha sobrevivido intacto. Tres individuos no se podrán casar, por ahora, aunque tengan sexos distintos. Pero los nuevos matrimonios normales (de normalidad ampliada) recibirán mansa y felizmente la tutela de ese bondadoso soberano público. Porque todo tiene que estar perfectamente ordenado, registrado y clasificado en este democrático supermercado que ya permite -dios sea loado- que en la misma estantería puedan colocarse juntas dos latas de salchichas de marcas distintas. Pues mira qué alegría. Qué hálito de libertad. Qué generoso es el amo.

@JLBethencourt