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Mitos – José David Santos

Conocer a tus mitos suele llevar aparejada una cierta -cuando no total- decepción. Eso de pasear un día por una calle bulliciosa y encontrarte con Al Pacino tiene su aquello, sobre todo, cuando lo cuentas después con cara de ¡tío, vi a Al Pacino! Y así me sucedió, justito antes de Sandy, hace unos días en Nueva York, una ciudad mítica también -es un estudio de cine hecho urbe- y que, por cierto, está plagada de españoles (se les reconoce por chillones). Lo cierto es que estaba allí Pacino a sus 72 años saliendo de la función que acababa de representar en Broadway y, claro, poco había en él de Tony Montana, Serpico o del príncipe herdero del clan de los Corleone.

Por eso, a veces, los mitos deben quedarse en eso porque su aspecto, su conversación, su aliento suelen estar muy lejos de lo que representan para unos y otros. Una vez leí a Juan Cruz decir que en una calle de París -creo- vio al otro lado a Julio Cortázar y sintió un no se qué de acercarse por miedo a descubrir en el genio a un ser humano corriente.

Igualmente, tendemos a dar rango mitológico no solo a personas, sino a épocas y lugares; siempre se dice aquello de cualquier tiempo pasado fue mejor, algo tan falso como los bolsos de Chinatown. De hecho, muchos mitificaron a Canarias como el paraíso y otros ya han subido a los altares su pasado reciente, cuando se hacían grandes obras; se podía renovar el coche cada dos años; todo el mundo tenía un apartamento en el Sur; y no tirar de tarjeta de crédito era lo inusual. Si ahora, bajo las consecuencias de aquel dispendio, miramos atrás con ojos mitificadores mal vamos para resolver nuestro futuro.

Eso sí, ¡vi a Pacino!

@DavidSantos74